Purga / Sofi
Oksanen
Por Omar Livano
Por Omar Livano
Algunos apuntes
tardíos sobre Purga: Una buena novela puede contar una historia al detalle, con
lupa, e ir desenvolviendo una trama al son de un ritmo personal (velocidad,
intensidad) y luego uno descubre el laberinto personal de cada personaje.
Purga, va más allá. Es una novela bicéfala. Dos núcleos (histórico y policial)
que dialogan continuamente y que con el avance de las páginas desentraña un
cordón umbilical que sujeta a las dos protagonistas, que más bien son mujeres
ataviadas por circunstancias imposibles de manejar, o detener siquiera.
La verdad es que
Purga por momentos duele, y en otros traiciona. Hay un intercambio de
escenarios que se van yuxtaponiendo: un viejo pueblo de Estonia que ha sido
olvidado hasta por el tiempo y el mismo que, años atrás, había pasado de las
manos de Stalin a las de Lenin y a luego a las de Nikita. En cada espacio las
desdichas transcurren de acuerdo a sus implicancias sociales y hasta políticas.
Y en cada plataforma, Zara y Aliide, a pesar de todo, parecen cómodas o
acostumbradas. Presas de sí mismas, al fin y al cabo. Una condenada a un amor
platónico, aun después de los años. La otra, a la indigencia en que su pueblo
se vio sumergido después de la tragedia nuclear de Chernóbil, necesidad canija que
es al mismo tiempo sinónimo de sumisión. (Muestra: “Claro que Paša sabía que
Katia era una buena chica de Chernóbil, él mismo la había recogido cerca de
Kiev, pero le había ordenado que dijese que era de Rusia si algún cliente le
preguntaba, porque ninguno querría meter la polla dentro de la muerte”).
Frente a la
calamidad, la real, la cruda; pues no hay más remedio que optar por la
degradación, por la pérdida de uno mismo, por ese encuentro indeseado con lo
inhumano. Pero como el hombre no puede quedarse en el aire como una pluma, en
un vaivén inminente, habría que crearse una moral, una moral acorde con
nuestras circunstancias. Y estas mujeres lo hacen, lo hacen a su modo y con las
reglas que sus contextos les permiten. Así pues, matar o prostituirse no parecen
opciones tiradas de los pelos, para nada.
Hasta que ambas
mujeres se encuentran (en realidad es así como empieza la novela) y van
destejiendo un vínculo aún más estrecho que la propia coincidencia.
A ritmo
galopante, con capítulos cortos y saltos temporales y afectivos que pueden
descalabrar incluso al más duro. La degradación sexual, la muerte, el abuso de
un par de chulos, que buscan a una prostituta en todo Berlín, tan convencidos
de su mierda, de su derecho sobre ella, es como para poner los pelos de punta.
Luego de leer
esta novela, es imposible no quedarse con el todo y con las partes. Me explico.
En conjunto la novela es un diálogo con el pasado, un encuentro entre dos
mundos nórdicos que de algún modo se estrechan, se contraen y se expulsan (purgan).
He ahí el gozo de la literatura en su valor total. La capacidad que tiene este
libro para tensionar y amalgamar emociones es ilimitada. Luego hay también
personajes como Paša, uno de los chulos, que en toda su infame humanidad
encuentra espacio para el sueño: un estudio de tatuajes (construido a partir de
la intromisión de occidente); o la envidia que Aliide siente por su hermana
Ingel, desentrañando un sentimiento tan prístino como la venganza. Pero ellas
no estaban solas, sino sumergidas en una Estonia que dejaba de ser manejada por
el ejército rojo. Lo que significaba que muchos hombres poderosos lo empezarían
a perder todo: Martin.
Al final el
diario de Hans, esposo de Ingel y padre de Linda, como la síntesis de la
soledad y el abandono. Porque aquí todos, con o sin alevosía, terminan
abandonados. Eso sí, sin perder nunca la esperanza. “No soy libre todavía, pero
pronto lo seré, y siento mi corazón ligero como una golondrina. Pronto
estaremos juntos los tres”.
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