Hijo de la derrota

Día 4    


Llueve. Redobla el silencio, vuelven los gemidos. «Cállate puta». Silencio. El espeso ambiente de congestión cabalgante, resuena en el regazo de esta sonrosada habitación. Fuera llueve, Justo. «¡Sin golpear, animal!». No oye: cabalga. Venas sobresalientes desde toda su humanidad: cabalga con desaforadas ganas. Una bombilla atenuada por el papel rojo. Redobla su vaivén, cabalgando; fuera llueve, muriendo la tarde en una espesa nube gris que cubre la Lima entera, la Lima enferma de siempre, Justo. Tu vejez te asfixia, mientras intentas concentrarte; cinco semanas, Justo, ahí, ahí tan concentradas las cinco. Ida y venida, ida y venida, cabalgando, gemidos envolventes, susurrantes. «Más, más». No quiere más, Justo, quiere que acabes de una buena y maldita vez. Descansas, en lento vaivén; descansas dentro, descansas fuera. Ella gime sin motivo, y ahí vas nuevamente, Justo: «cállate puta». Tus manos aprietan duro, cierras tus ojos, en un arduo vaivén, ella gime, gime, gime, sus respiraciones resuenan cada vez más. Ahí, Justo, ahí, cinco semanas. ─Además, todo lo que debes hacer, es ir y estar de campana─ dice Jerónimo. El vaso pende de su mano izquierda, mientras fuma con la otra─. Tengo dos puntas ya listas, vamos, ejecutamos y listo, hermano, yo siempre he estado en las tuyas, ahora déjame hacerte el favor, Justo ─Continúa─. A tu salud, hermano─. Alza el vaso y deglute con áspero alivio. La vieja chingana, la que aún conserva sus muros altos, coloniales, tristes y retorcidos: el tiempo, Justo. Sus viejos muebles, también, el viejo tocadiscos, Leo Dan, Salvatore Adamo, Trío Los Panchos, Justo, que «ya no suenan ni a balas», Justo, ahí, arrumado, viejo, inservible; como tú, piensas. ─La verdad, no estoy seguro, viejo Jerónimo─ cavila Justo─. Los soplones me tienen fichado, de mi RQ ni se hable. La verdad, no sé viejo, no sé… a ver qué tal y se nos aparecen, ¿qué hacemos? Se nos arma la grande, viejo─. A su salud, también, y Justo bebe amargamente, dulcemente, la espumante cerveza. ─Pero viejo, será rápido ─dice Jerónimo. Gira, y con un par de dedos pide dos más señor Lucio, que esto está para rato. Justo sonríe, cavila, observa en su derredor, sin ver directamente a nadie. Aúlla el altoparlante desgastado y la ebriedad sube por todos los conductos hasta sus sienes. Inspira hondo y advierte en su cavidad un corazón descompasado y abatido. «Ya estoy viejo, carajo», piensa, mientras empuja su cuerpo hasta el urinario. «Si tan solo tuviera unos años menos, si se pudiera con esta rodilla que se carcome, jodida rodilla, demonios, pero qué buena oportunidad, así le cerraría el hocico a la abuela Mercedes, vieja cascarrabias, qué buena chamba, qué rápido se podría uno parar, así me compraría un par de buenos zapatos, carajo, que estos se tragan toda la tierra que uno pisa, carajo, qué pobre, qué vergüenza, qué sucio, maldito vicio, carajo ─¿Vamos?─, decidido, sí, vamos, viejo Jerónimo, ojalá y así se me pasa la borrachera, gracias Jerónimo, gracias, viejo, ya sé que aposté bien antaño por ti, viejo de mierda ─ríe─¿qué belleza es esa, de dónde la habrá sacado?», piensa. ─ ¿De dónde sacaste esa belleza, Jerónimo?─ inspecciona Justo, mientras Jerónimo sonríe maliciosamente. ─Es una semiautomática, viejo sonso ─responde Jerónimo─ Es un regalo de un difunto amigo. Fíjate que con ese cabrón la estrené, viejo, una Beretta de diez misiles, viejo─ suelta una carcajada y abofetea suavemente a Justo. El auto cruza su última avenida y se estaciona en frente. ─Ese es el punto─, apunta Jerónimo. El ambiente se torna, serio, curioso, de miradas incisas. Justo, atento, observa, cavila, mide, calcula, y asiente. ─Son casi nuevos en esto ─explica Jerónimo─ pero bien avezados, viejo, ya verás cómo te queda el ojo, viejo sonso─. Ríen los tres, mientras Justo cavila, calcula, y observa hacia todos lados, cada riesgo, cada ventaja. ─¡Todo listo, viejo maldito!─ grita Justo, mientras los echa fuera. Jerónimo gesticula su ansiosa locura de siempre y se manda a la suerte con sus dos perros. «Zambo de mierda, ya tiene el cerebro todo torcido de tanta porquería», piensa Justo. 




Luis Ernesto

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