Lalo Lima




 


Jorge Pimentel decía que no hay nada más importante que escribir y caminar. Entre Eduardo Borjas y el mencionado quizás solo exista aquel vínculo simbólico: latear. Acaba de publicarse Trendelemburg y todavía no ladran los perros. 

Trendelemburg es un viaje. Un viaje vital por el lenguaje, un lenguaje farmacéutico (el título alude a una posición médica), que confirma la posibilidad de romper los límites de los diccionarios, que no disminuye su velocidad a pesar de lo denso y que se vuelve una voz sólida. Un libro musical. Palabras como disimilación, citymegalovirus, rímak, cococha (que, rastreándolo por Wikipedia, alude a un plato de la cocina vasca), Centralia, consumpción, son las pistas que Eduardo lanza en su cantata. 

El manejo de lenguaje navega por lo denso sin perder oxigeno, pero tampoco es una poesía de “velocidad”, rótulo de moda entre los poetas que escriben en Word con las yemas repletas de pólvora, sino del ritmo. La música es mayúscula e hiperbola los poemas. Esta propuesta lo emparenta con los trovadores (nómadas poetas), los nuevaoleros (por la melancolía), con los surrealistas (repensar el mundo sin filtros) y en fin, con una vasta familia de vocingleros. 

Aquella música desquiciada que repercuten las calles de Lima, un órgano enfermo, son un transito hacia la pulpa del sinsentido. 

Por los poemas de Borjas se trepa Lorca, el español, Lorca de poeta en nueva york (por supuesto) perdido en Lima, drogado y tomando una chata de ron. La ciudad que mata los sueños de los niños en el caso de Eduardo es Lima. Vicente Alexaindre y Miguel Idelfonso se dan un abrazo. De fondo, sirenas y ramalazos de luz cítrica. Se escuchan Los Belkings, como un ventarrón, y mientras su barco desmantelado (con su música humeando) se hunde, llora Vallejo sentado en Plaza San Martín, y se despliega la ruta del que avanza descubriendo, dando visiones y captando.

Y su ruta es un paso para atrás y dos para adelante.  Un paso atrás en el lenguaje oral excesivamente loco y que no dice nada, (pues Eduardo, entre versos, asume ideas de lo real) solo pinta y dos adelante de la potencia, no del tema, sino de la unicidad y reverberación de la palabra.  Se afirma que la música y la poesía son parejas unívocas, mezclan tensión y lucidez. Cojan cualquier libro de su estante y rastreen su simiente musical y tendrán otra influencia. Una sombra. Una energía umbrosa. En realidad, la extensión es mayor, todo confluye al poema; por ser forma se parece a la escultura, por ser color es cuadro, por su sonido es música, y su lenguaje le da algo de filosofía y ciencia. 

Borjas escribe con un soundtrack de fondo, con cuadros y colores desatados. La Nueva Ola, melodías lluviosas y sentimentales, para muchos  anacrónica, reaparece con letra apocalíptica. Aquí vuelve Juan Ojeda, poeta que vaticinó la catástrofe, el caos. Ojeda dibujó con elegancia el advenimiento del caos, y Lalo escribe desde el caos mismo. No hay sentidos ni horizontes. Desde un barco que se hunde. Canta desde un barco que se hunde. Garua y ballenas blancas. Autos y trombones. Niñas cargando de un puñado el corazón de un pez en una bolsa de plástico. Inválidos que juegan fútbol y una ciudad que no existe. 

Por eso, el poeta canta sin celebraciones, sin gozo, desde la “desolación y el caos”. Y ese mundo del fondo, es una ciudad que se parece a un cuadro. }

Cuando Eduardo Borjas ingresa a la universidad Villarreal, La Colmena era Ciudad Gótica. Los supermercados de la Avenida Tacna –Tootus, Maestro- no existían, y la oscuridad también era dictadura. Asilo de putas y chavetero amor y ladrones adolescentes. La poesía ya no era una manera de protegerse o hablar en medio de la destrucción, sino un modo de huir o asimilar o ver. De fondo, la historia política: la "democracia" reaparece de la mano de Toledo y "parece" liberar las universidades. 

Fujimori lanza un fax renunciando desde Japón. Lalo permanece en la universidad junto a trovadores y vagos poetas. Ron y poesía los viernes. Colmena crece como una procesión. Los viernes empiezan los recitales en quilca, liturgia religiosa de ego y el orgullo mezclados. Titila, arroja, desenvaina sonidos. Caminar y escribir. La poesía no es reflejo social, es recreación, vesania, y desde ahí, purita intuición. Ojos. Apagar la luz, hablar y ver qué sucede. Hablar. Ver. Y mientras uno sabe que “en verdad la juventud va a acabarse” y se latea siguiendo a niñas, se asume la experiencia como visión. Caminar y escribir. Observar. Once años después. Traducir, mezclar y mostrar. Asumir el “yo he visto” de Allen. 

Eduardo ha logrado una propuesta clásica y actual, un libro con punche y belleza, fronterizo, con colisión y coalición propios, una fusión de lo oral y no neobarroco (propuestas situadas y comunes dentro de la poesía peruana joven) y un colagge personal de Lima, ciudad de reyes, ladrones y de- desde siempre- poetas trotamundos.

Por julio barco

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