Cabe resaltar que, en lo enigmático de los infortunios, dicen que hay algo o mucho de místico, que este curioso y hasta burlesco azar (llámese Ribeyriano) va de la mano con alguna manipulación consciente extra-terrenal. Saben de qué hablo. A decir verdad, también, pareciera que cada acción o movimiento, o suceso estuviese siendo regulado y calibrado con suma exactitud. Quién sabe. Que si un hombre voltea la esquina y se da con la sorpresa de que su novia está, con suma desvergüenza, mostrando afectos exagerados en plena calle, con algún tipo que aún es extraño para él, que si ella voltea y se da con su presencia, es porque cada suceso o acción ejecutada o vivida con anterioridad al fatal encuentro, cada paso que dieron el hombre, la joven y el cómplice en el ardid, cada vez que se hubieron detenido, en cada semáforo que se detuvo nuestra víctima, con cada anciana que paciente esperó, o con el bendito embotellamiento, cada uno de estos sucesos encadenados ayudaron a que nuestro protagonista se entere de la tan enredada treta. ¿Es así, así de trágica y dramática la realidad, como puesta en escena y dirigida minuciosamente? Es, sin duda, una conjetura que a cualquiera le resulta increíble. Entonces bien, partamos del supuesto ridículo de que “todo sucede por algo”, y dirijamos nuestra atención a cada uno de los sucesos de forma independiente: Aquella anciana que heroicamente partió de casa la madrugada de aquél mismo día, y cuya labor diaria es reciclar toda clase de botellas plásticas, hubo de recorrer un cuarto del total de la ciudad para llegar hasta el punto en que cruzó caminos con nuestro protagonista, y éste, tuvo que esperar pacientemente a que la anciana recogiera todas las botellas que hubieron de caérsele en el preciso momento en que pasaba, significando así, un suceso importante a la concatenación de las situaciones. Aquel mismo día, en plena hora punta, sucedió que dos semáforos de las avenidas Tomás Marsano y Angamos Este, colapsaron, con la increíble explicación de que cierta inestable polea de una cercana obra de infraestructura en construcción golpeó con uno de los semáforos, haciendo así desviar al Honda Civic rojo del segundo carril, el cual era conducido sin cuidado, golpeando este contra el otro semáforo, iniciando así el terrible embotellamiento que abarcaba cinco kilómetros a la redonda. No hace falta estirar hacia el infinito los sucesos, ni preguntarse por qué el conductor del Honda andaba distraído, o si la polea constaba de su mantenimiento al día. La idea está clara y la pregunta es la siguiente: ¿Todo sucede por algo? Si todo sucediera por algo, los sucesos se enlazarían unos con otros hasta el inicio de todas las cosas. Así, por ejemplo, al tipo que presenció su desengaño, le hubo de suceder eso porque nació, o porque sus padres se enamoraron, o porque los padres de sus padres se enamoraron, o porque sus tatarabuelos no debieron casarse porque eran primos, pero lo hicieron. Así, hasta llegar al origen de la humanidad, y luego más allá, hasta el origen del universo. ¿Es así, así de increíble? Decir que la realidad es conducida para darnos sentido a cada suceso es un pensamiento vanidoso, como decir que todas las cosas suceden a nuestro alrededor porque cada uno de nosotros existe única y exclusivamente para el universo, y viceversa. Porque todas las cosas suceden porque suceden, y listo. Muy aparte es nuestra percepción la que les da a tales sucesos, una dirección, un sentido, un significado que nos pueda servir en cualquiera de los posibles futuros.
Comentarios, poemas, crónicas, conciencias, diatribas, canciones, diarios, entrevistas y demás. Una frontera donde medir las marejadas de la realidad. Servido.
Corazón de motor exhala una habitacion
Tengo mis manos el corazón de
motor, acelerado a cien. No he visto las curvas que he tenido que esquivar, ni
más beberé cuando escriba un poema, caigo en abismos o termino en hospitales.
El freno no siempre nos predice el futuro, solo es una suerte de malabares aquí
dentro, dentro de mi corazón de motor. No percibo tus uñas ni tus arañazos en
mi espalda, un cuerpo late encima del vaso de cerveza, late en cuenta
regresiva y el cohete sale al espacio,
corazón de motor, avanza muy rápido. Dos piernas abiertas como dialéctica y
como proceso histórico confirman la
fineza de la yema de tus dedos, un tic tac acelerado, mil muertos en la
carretera, uno ahogado los demás fusilados. Me encuentro en medio del pantano
como vaquero sin armas y pistolero con cuetillos, ya es navidad corazón de motor,
vaticina con el tiempo en los templos donde una vulva maldice al sacerdote y el
cuchillo acelera con el latir de la ilusión de tus orejas. Un poco de tierra para historia, un poco de sal
para los movimientos sociales, un poco de fierro para el presidente, un poco de
bala para la humanidad, acelera con cautela entre callejones que te llevan
entre el tiempo y hojalata, ya sabes que el tiempo lo tienes en tus pestañas y
no hay nada de que arrepentirse.
Corazón de motor monta una yegua
salvaje como la sangre
y como una montaña rusa en pleno infierno
esta sin dolor y con un pasado de enredadera.
En plena metafísica de su saliva él explora que ya
no existe una democracia, que los cuerpos formaron una dictadura. Y que las
balas corren con sudor y letras en la lengua. Un presidente merece morir. Un
pueblo resiste. Lo que lleva a caminar hacia atrás con los ojos hacia abajo
como queriendo buscar un pezón rebelde. Lo caótico se mofa de la nostalgia del
muslo, un llanto prófugo que no vacila en caminar por las madrugadas o pegar
gritos desesperados en hojitas de papel. Cualquier intención buena es percibida
por corazón de motor, en el silencio de la rana que no brinca para no colapsar
el universo, se escapan dos fuerzas, una que brota de la magia de su concha otra
que brota de la bomba que puso en el ministerio de justicia, ambas fuerzas se
apoderan del tic tac. Acelera. Corazón de motor, estudia las posibilidades de
morir en un plano cartesiano a lado de ella.
Como tatuador no conoce el destino
una visión de luciérnaga
cautiva a la yegua amarrada al cactus
el mar de los dos amenaza la ciudad.
Ya no estás.
El reflejo de la piel zombie, un
parásito que no contradice la ciudad, el diafragma motorizado se partió en dos.
Moisés dividió en dos nuestra batalla, el poder de Yavé y el poder
de tus piernas de abrirse en dos cuando
no hay relojes que disciplinen nuestro gobierno. Corazón de motor se sobresalta
con cuatro siglas que vienen a ordenar la pintura de su cuerpo un haiku en tus
labios, un corazón en tus acuarelas, ya no hay más respuestas en el imbox.
Ahora estás.
Cinco manzanas desafiaron en este capítulo la gravedad, como la raza
destinada a trabajar como tierra pulverizada en una mina de cobre, así me
encuentro. Pedazo de madera esperando a la yegua entre la pared marchita y las
piernas que dibujan un edificio en quiebra, los senos se mueven como prisionero
francés del siglo XVIII. Resucita corazón de motor.
MArio SAntiago Bey Quiroga
Quiero volver
Quiero Volver
¿En qué momento?, fumo, me estiro, reacciono,
luego de levantarme, me abrocho el pantalón y la observo, en lo cálido de una
mañana desconocida. Duerme, sueña, le sonrío, ¿en qué momento sucumbí a esta
extraña situación, en qué momento?, gira en la cama, me observa casi sin observar, y vuelve a su letargo.
Estoy listo, la abandono, bajo raudo las escaleras, y desprendo de mí todo
recuerdo que haya de la noche anterior, la he abandonado completamente: sigo
siendo un niño, o sigo sin pertenecer a la totalidad, al momento, ¿en qué momento
caí desde mí, en qué impotencia me disparé hacia la tangente?, Lima y su
ruidosa consternación golpean contra mi cansancio, autos, buses, compradores, vendedores,
ancianos, y la distancia que me espera, ¿escribirlo?. Estoy contento, pero estoy triste, estoy
herido, ¿he sido yo?, sí, yo mi ejecutor, mi verdugo, mi mercenario. Solea, y
las gotas de alcohol hechas sudor hincan en la espalda, me quito el abrigo,
entonces me dispongo a andar, entre tantos desconocidos, tanto camino
desconocido, sí, he sido yo mi verdugo, el humano ambivalente, la máquina multifacética,
el organismo en constante desacuerdo. Aun así, quiero escribir, quiero ir
subiendo por mis venas, ascender hasta extraviarme por entre los pensamientos,
y entonces, estallar en la palabra, cual química coalición de la materia, cual
coalición vertiginosa del miedo, del terror que provoca la realidad, y dilatar hasta
el extremo las pupilas, y afilar cada uno de los infinitos nervios. Quiero
escribir, porque soy de emociones, porque soy de hechos al segundo encrucijada
de todos los momentos: Ahora, más que ningún otro sueño. Quiero estar vivo,
porque quiero escribir, aunque resulte más mortal que cualquier otra muerte. Quiero
sacudir mis orgasmos en la fina línea que separa la razón de aquella trémula
verdad, y descubrir mis hijos, mis nietos, mis bastardos, bajo la alfombra
colonial del olvido; quiero, luego de haber recorrido mi solitaria adolescencia
con toda la sed de los desiertos, con toda esta lascivia característica del
mamífero bípedo que me va siendo muy a su antojo en desventaja, y entonces,
echar a los mares mis apenadas glándulas, mis médulas indolentes, mi humanidad,
para huir con los vientos. Pero, ¿qué busco de verdad?, mi madre me mira con
desconfianza, con enojo, pero mantiene para sí toda clase de reclamos, el hogar
se me va haciendo cada vez menos familiar, cada vez más un refugio donde caer muerto de la
embriaguez. Por ello, quiero escribir, porque todo se va estirando en el tiempo,
y todo se va separando de mí, hasta olvidarnos. Por ello, quiero dibujar con
las palabras, quiero latir, quiero dividir la congoja del presente, hacerlos
dos, aunque hasta el momento parezcan indivisibles, y escupirla en flemas de
agrios colores; quiero partir de este mí, de este divagar, y sucumbir al
letargo privilegiado de la poesía; quiero escribir, con ojos cerrados,
maniatado e inconsciente; quiero ser palabras, tinta y silencio, porque quiero
ser de sueños, porque quiero cantar hacia lo lejos, porque quiero abrazar mi
historia, en una grata conversación conmigo, con el altísimo miserable que me es
sin consentimiento, que me es con todas las glorias posibles, porque le soy,
presto y solícito, porque quiero escribir. Porque quiero, más allá de escribir,
estar sintiendo, ir sintiendo con los demás cuerpos, aquellos que andan por la
vida, que sonríen. Que qué digan las palabras, que cuánto signifiquen, queda en
las sienes, en los sentidos, en los cuerpos; yo quiero escribir hasta ser con
la esencia un cuerpo desbordante de todos los principios, y de todas las
finalidades. Quiero escribir, quiero ser de espera, de suspiros, de tiempo.
Quiero parir mis tormentos en una profunda resignación, y entonces, echarlos al
olvido.
Luis Ernesto
Luis Ernesto
Salvar elefantes
J pensó: tendría
que decirle algunas cosas para sentirme mal. Algunas cosas que sean ciertas y
otras no tanto, pero que fuera necesario
decirlas porque la verdad sola, es una mentira futura. Las cosas cambian
indistinta y egoístamente de sus objetivos iniciales, como si estos fueran proyectos frágiles o
terriblemente elásticos,
puede que hoy le diga algo muy cierto, algo que ambos creamos decididamente y
que luego termine por no significar nada, J
dejó de pensar porque creyó que era innecesario, primero creyó que era
estúpido.
Tendría que
decirle algunas cosas para sentirme bien,
pensó luego, decirle por ejemplo que hace
mucho quiero decirle algunas cosas (¿?).
-
Dale,
dime- Diría N.
-
Bueno,
creo que eres una buena persona- Diría J, o no diría nada, quizá se quedaría
mirándole a los ojos.
-
Yo
también lo creo, pero no tiene importancia- Diría N, con ironía.
-
….-
J no diría nada, mientras mueve la cabeza de arriba hacia abajo, como afirmando
lo que acaba de escuchar - Creo que quiero decirte muchas cosas, pero no sé
precisamente qué cosas- Diría J, algo perturbado.
J
dejó de pensar, ésta vez incómodo por cómo sus pensamientos derivaban en ideas
poco entusiastas, como si algo le dijera que estaba destinado a fracasar. Miró
el cielo, vacío, ostentando un sólo color que no variaba en absoluto en la
distancia, una cosa plana, imperturbable, definida quizá hasta la eternidad.
Pero las cosas cambian,
pensó J, todo cambia, como cuando pienso en decirte algunas cosas
y de golpe te tengo frente a mí, por un esfuerzo maníaco y glorioso de mis
deseos, y no tengo nada que decirte, que ofrecerte, sí, ofrecerte, no tengo
nada que ofrecerte, salvo mi inexactitud, mi irritabilidad disfrazada de
impaciencia, mi improbable lealtad, mi invariable aburrimiento, este poco de
algo que tengo para ti, siguió pensando J, estos dedos que son 10 pero que quisiera fueran monstruosamente más,
éste rostro de donde emergen puntiagudos bigotes y barbas, que quisiera fueran
un bosque uniforme y bello, ésta cabeza irregular que me gustaría fuera regular
hasta el más mínimo milímetro, como una cualidad innecesaria, éste cerebro
denso, pegajoso, pétreo, vacuo y desconocido que quisiera menos obstinado, que
pienso se parece a todo lo que deseo, que opta por formas indecibles y difusas,
que se desvive en deseos pueriles, tersos, de cierta belleza incontenible, no
tengo nada que ofrecerte, excepto lo inexpresable, el lado desconocido y que
muy probablemente no sepas leer porque no lo sé escribir. Además todo cambia-
piensa, mientras atraviesa una calle desolada y polvorosa. Se dirige a una
casa, la casa de N, se dirige pensando ahora sin querer en ese cuerpo que
mantiene una profundidad ignota y fascinante, donde duermen tantas palabras y
sus potenciales efectos emocionales- nos
movemos por la vida como seres que se sostienen en cosas que adquieren el
significado de la totalidad, de algo así como la felicidad, o lo vital, pero
sucede que aquello cambia por la sola necesidad de movernos, y que ese todo
termina siendo un trozo de pasado, un rastro que alarga el camino por detrás,
terminamos sosteniéndonos de cosas insospechadas, sólo porque deseamos vivir. J
dejó de pensar.
Sus
ojos rastreaban la calle sin encontrar a nadie conocido, ni siquiera a nadie
desconocido, era una calle vacía, casi abandonada. Puso de prisa y con fuerza
las manos en los bolsillos, dio pasos breves mientras pensaba que darse prisa
sería un error, entonces caminaba calmado, aunque “calmado” fuera un eufemismo
necesario. Camina muerto, de miedo y de curiosidad, saboreando cada emoción que
crispa su cuerpo. N estaba bien como pensamiento, como obsesivo tema de sus
monólogos, como evocación desenfrenada,
N estaba bien en diferentes situaciones, pero la realidad era el espacio
incontrolable, la trampa feroz, la posibilidad imprevista y desafortunada o
acaso fuera todo lo contrario, quizá el instante eterno, la confusión
memorable, el nerviosismo conmovedor, los ojos disparados hacia las oquedades
del lugar deseado, el motor infinito de los gestos bellos, quizá la vida misma,
J tenía que concebir estas ideas en el cerebro, para impartir justicia (y de
ese modo desterrar su paranoia) en su pensamiento y esto le divertía y de algún
modo disipaba su inseguridad, las cosas estaban hechas hasta ese momento, sus
pies estaban yendo por el camino indicado, sus manos ya no temblaban tanto y
eso estaba bien, aunque lamentaba no poder estar ebrio, porque cuando ebrio las
cosas son perfectas, medianamente perfectas, pero lo eran. N tenía un nombre
perfecto y era bueno ir a por su nombre y por su cuerpo y por las palabras que
contenía y por sus potenciales efectos emocionales, por su sonrisa. Creo que lo más importante es su sonrisa, Pensó
J.
Tendría que decirte
algunas cosas para sentirme mal, pensó J, que no se qué ofrecerte, ni qué quiero en
realidad, quedar callado será espantoso y necesario porque el silencio proviene
de mí, de alguna parte de mi honestidad, si sólo comprendieras que cuando callo
soy más honesto que cuando digo algo, a veces me da por querer decirte que mi
libertad existe en la medida en que me ves como un ser humano y que te tengo
fija en mi memoria, que son mis ojos de adentro, tan infinita en todas tus
posibilidades, y que sin embargo, no puedo, no puedo por distintas razones
alcanzarte, quizá porque todo cambia y el camino que tomo no se aproxime
siquiera a tu casa.
J
volvió a mirar al cielo, ésta vez poblada de espesas nubes que se deslizaban
lentamente, nubes con formas que no sugerían ningún objeto conocido, que no
aludían a nada, J se concentró en las nubes casi obsesivamente y se detuvo.
…y los elefantes, tan
frágiles, perdiendo una pata, parte de la trompa, adelgazando violentamente,
expandiendo sus cuerpos hasta confundirse en una masa gigante de algodón. Y
nadie salva a los elefantes porque se mueven tan lejanos, dispuestos sólo para
ser observados, ignorando los propósitos que puedan tener, pensó
J, y no sé qué pueda ofrecerte aunque
muero por hacerlo, por darte algo de mí, un trozo de mí, y expandirme hacia tu
territorio, encerrarme en el recinto de tu nombre, N. Concibo mi libertad en la
medida en que percibes mi presencia. Nadie salva a los elefantes.
J
dejó de pensar en el momento en que una persona pasaba cerca de él.
-
¿Me das 5 soles?- Le
dijo- Es para salvar a los elefantes, para salvar a un elefante.
J no tenía ni un sol para
invitarle un café a N.
J. Estiven Medina Ortiz.
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