¿Ha visto mi nariz, Dr. J?



Me dio risa. Observé sin disimulo la herida que le surcaba,  pensé en una garrita produciéndosela, con un cuidado casi artístico en los bordes, en curvas esquinadas que se tendían irregulares, dando la impresión de seguir  extendiéndose. La sangre reseca definía con un color oscuro los filos, como fijándolo en su lugar, en oposición a su forma que aludía un insistente crecimiento. La parte central de la herida era un trozo de desnudez, de dolor acallado, de reciente evidencia de un crimen secreto.
-Está hermosa- Le dije- hará falta un par de semanas para que desaparezca.
- ¿Estás loca? – Me dijo- Es espantosa, me desfigura el rostro y me duele. No sabes cómo me duele- No movía el rostro del camino en el que nos detuvimos.
- Qué quieres que te diga, pudo haber sido peor- Le dije, quería seguir riendo, apenas pude retirar la sonrisa de mis labios, él no comprendía que a mí me parecía bella. Una herida guarda una belleza desconocida, siempre. 
- Y me duele un montón, sobre todo eso, y va a quedar una cicatriz- Me dijo, quiso tocarse con la mano pero desistió al instante, quizá atemorizado de encontrar una textura inesperada o de despertar el dolor, el sangrado.
- ¿Pero qué hacías? – Pregunté, viendo su rostro de perfil orientado hacia el camino, los ojos entrecerrados como si tratara de convencerse de lo que estaba mirando, tal vez preguntándose si era real, porque E andaba preguntándose siempre si esto o aquello era real, y argumentando estupideces para convencerme de que no lo era, Tú no eres real, eres una ilusión, un sueño, mi sueño, solía decirme.
-Nada, iba en la bicicleta y no vi una piedra, la atravesé, perdí el control y me caí- dijo, haciendo dos puños paralelos, simulando sujetar el timón, los movió como si pasara por un espacio escabroso.
-Ya, pero la herida no es tanto como de una caída en bicicleta- Dije, incrédula. Una herida tan bella no podía haber sido hecha por un accidente de ese tipo. Tomé sus manos sin que él hiciera algo para impedirlo, ni siquiera  giró a verme. No había nada, ni un rasguño, las palmas no parecían haber tocado el suelo.
- ¿Entonces no me crees?- Dijo, con un tono inexpresivo que parecía resistirse a estallar en un llanto, esto último es una percepción terriblemente subjetiva, porque a mí me gustan esas cosas. Que se quejara como un niño me hubiera parecido lo más natural, hasta necesario.

Se hizo un silencio, interrumpido apenas por el viento que pasaba tan fresco hacia todas las direcciones, ondeando mis cabellos rizados, tirando algunas hileras hacia mi cara, me las iba quitando lentamente, puedo decir que una por una, como si contara así el tiempo transcurrido. Él giró el cuerpo un poco hacia mí, pero su rostro seguía fijo mirando el camino, puede que hubiera querido verme, decirme algo más, pedirme algo, decirme que esto también no era real, pero algo le impedía apartar la mirada, podía sentir que lo intentaba. Quise preguntarle si acaso quería llorar o si quería que lo consolase, me gustan esas cosas, quiero decir.

-         No, no te creo, es imposible- Dije, volviendo de un sólo movimiento todos los cabellos caídos por mi frente.
-         Jaja- No rió, dijo aquello como si creyera que reír fuera lo más  lógico.
-         Es que no te veo cayendo de la bicicleta e hiriéndote la nariz y no haciéndote nada en las manos- Dije, remitiéndome a los rastros inexistentes.
- Bueno, en realidad iba en la bicicleta y se me atravesó          un tipo- dijo, después de una pausa, parecía que el rostro recobraba expresividad.
- Eh, estás mintiendo- dije, indignada y divertida, creo que empezaba a tenerle cariño a esa herida cuyo origen me estaba siendo tenazmente escondido- Me parece injusto. No, injusto no, estúpido.
- Nada cambiará si te enteras- Dijo luego, volviendo por primera vez, después de tanto tiempo, el rostro hacia mí, era el rostro de quién espera que el tiempo pase rápido- Nada cambiará si te enteras- Repitió.
- ¿Qué pasó, entonces?- Pregunté, obviando lo último que me había dicho, porque  tenía razón y yo no quería admitirlo porque estaba segura que después todo sería silencio y sobre todo incertidumbre.
- Yo iba rápido y el tipo se atravesó de pronto, no tuve tiempo de frenar o si lo hice, su cuerpo ya estaba colisionando conmigo y la bicicleta- Dijo, levantando los hombros ligeramente, como si mintiera un poquito o dijera las cosas sin mucho convencimiento.
- Nuevamente no encaja la herida en toda esa historia, en todo caso el tipo hubiera terminado con la herida y tú no, es imposible- Dije, segura de que me estaba mintiendo, estaba dispuesta a sacarle la verdad a costa de insistir por siempre.
- Oye, nada va a cambiar si te enteras, la herida está aquí- la apuntó con el índice derecho con cierto desprecio- nada la va a mover hasta que pase un buen tiempo.
- Pues me preocupa- Dije, puse el rostro enojado, aunque no lo estuviera, yo quería saber. Era una herida hermosa.
- ¿Se supone que debo agradecer?- Preguntó.
- No, sólo decirme la verdad- Dije, casi en silencio.
- Está bien, te lo diré- Dijo, resignado- Creo que hay algo que te da el derecho de saberlo.
-¿Cómo?- Pregunté ¿Qué era eso que me daba el derecho de saberlo?
- Iba en la bicicleta y un tipo me detuvo, hizo alto con la mano y parecía estar dispuesto a poner el cuerpo con tal de que frenara. Me extrañó esa actitud, ¿Qué quería?, me puse un poco nervioso- Dijo.
- ¿Y?
- Me detuve y le pregunté qué pasaba, se quedó mirándome un momento, cogió el timón con fuerza y yo lo solté, me quedé parado- Hizo un silencio- me preguntó  si estaba saliendo contigo.
- ¿Conmigo?- Pregunté sorprendida, entonces el asunto tenía que ver conmigo.
- Sí, yo le dije que sí, él enfureció, lo sé porque puso una cara horrible y presionó el timón hasta casi hacerla chirriar, sí, no creo que tuviera tanta fuerza para hacerlo, pero así me pareció- Dijo, agitándose un poco.
- Y luego ¿Qué pasó?- Pregunté.
- Me preguntó si éramos enamorados- Dijo e intentó fijar sus ojos en los míos, sin lograrlo.
- ¿Quién te preguntó eso?- Dije. La herida iba cobrando un significado amargo.
- No lo conozco- Dijo, en voz baja.
- ¿Y qué le respondiste?- Pregunté, sin saber bien por qué lo hacía.
Se hizo otro silencio, ésta vez más prolongado.
-         ¿Qué le respondiste?- Insistí.
-         Que sí, que éramos enamorados- Dijo y rió, nervioso, sus ojos brillaban, como lubricados por breves porciones de un par de lágrimas.
-         ¿Y por qué lo hiciste?- Pregunté
-         No sé, creo que quería ver hasta dónde se podía tener un rostro tan horrible del enojo- Dijo.
-         Y te golpeó- dije, buscando sus ojos, esquivos.
-         Sí, el muy hijo de puta me golpeó- Dijo, casi gritando- Llevaba algo en la mano, un pedazo de metal, creo, no lo vi bien.
-         ¡¿Qué?¡- Pregunté, asustada- ¿Y qué hiciste?
-         Nada, conocí el rostro espantoso de la furia- dijo- me hubiera gustado partirle la cara. Termino convenciéndome de que soy incapaz precisamente cuando debo creer que puedo.
-         Hubiera sido peor- Dije, apoyándome en él.
-         ¿Por qué dices eso?- preguntó, girando el rostro hacia mí.  
-         No sé, dices que él llevaba algo en la mano- Respondí.
-         Sí. Tienes razón- Dijo, suspirando.
-         Demonios¡¡ ¿y quién era ese tipo?- Pregunté. La herida seguía pareciéndome hermosa pero había algo que la ensombrecía. 
-         No lo sé, y no me pidas que te describa cómo era porque no recuerdo, excepto esa espantosa cara enojada. Creo que debemos dejar el asunto y seguir caminando- Dijo.
-         Bueno está bien, mejor caminemos- Dije y empezamos a caminar.
Estuvimos nuevamente en silencio, era un silencio cómplice. Sentía que E no había sido del todo honesto conmigo, terminé convenciéndome de que tendría razones comprensibles para hacerlo, quizá no quería contarme la parte irreal, la parte ilusoria, el sueño.
Después de un buen trecho recorrido, vimos acercarse a J, llegaba cabizbajo, las manos metidas en los bolsillos del abrigo desabotonado, llevaba un polo de The Black Keys. A E no parecía provocarle algún tipo de reacción la presencia de J, estaba siendo tan indiferente como si se tratara de cualquier desconocido. Bueno, no eran amigos pero ya los había presentado alguna vez.
-         ¿Cómo están, chicos?- Preguntó J
-         Bien- Dije yo. E no dijo nada.
-         Ya- Dijo J, poniéndose inmediatamente a mi lado.
Fue incómodo estar en medio de dos tipos que evidentemente no se llevaban bien, no sabía por qué.
Empezamos a caminar, al mismo tiempo, tratando de escapar de tanta incomodidad.
-         ¿Ha visto mi nariz, Dr. J? –Preguntó E, apenas moviendo los labios, casi como si las palabras las hubiera emitido mentalmente, no entendía por qué le había dicho Dr., J estudiaba medicina, pero esto E no lo sabía.
-         Sí, E, la he visto- Dijo J, moviendo las manos dentro de los bolsillos, daban la impresión de querer escapar, parecía que una de las manos llevaba alguna cosa entre los dedos, algo que formaba un bulto visible por sobre la tela del abrigo- Sólo tienes que esperar y, sobre todo, alejarte de ciertas cosas.
-         ¿Alejarse de qué? - pregunté
E no respondió. Seguimos caminando.


Un semáforo perdido



Luz roja, encendida, la gente pasa y nos cuestionan porque la historia no maulla en esta ciudad, solo somos ratas que salen de noche por los callejones cerca al río. Luz verde, el auto vuela y carcome su tecnología con los botones que uno debe presionar para ser más inteligente, estamos perdidos, es un tiempo apocalíptico, ni la luz amarilla no  nos salva. El semáforo perdido se busca en casas abandonadas de la aldea que no puedes formar. Las líneas del autopista están borrosas como el monologo del loco que duerme en una esquina, un trozo de capitalismo ahogado en un pedazo de ciudad; la muerte nos ronda desde los huesos hasta el último de nuestros bostezos.

Un semáforo llora, abandonado y paranoico no soporta las líneas que leyó en la carta que le dejaste en la cama, los mismos policías desfilan como si el gobierno amaría a sus pupilos. Pero la historia se repite la locura está en su estructura metálica, un semáforo grita en la noche y no extraña, solo anota cada paso y las cabelleras que observa  se atan a  sus colores.  

Como enamorar un semáforo.- no tomes precauciones, salta los techos y trepa por los planetas que conforman la trilogía de maldiciones esotéricas, nunca tomes precauciones, salta encima  del primer texto que prometa un post apocalipsis.

Como enloquecer un semáforo.- ya está loco, no revises sus apuntes, solo se pondrá melancólico y se aislara en peyote filosófico. A veces las teclas de su mente son sensibles, a pesar de su visión corta puede servir de oráculo y convertir novelas eróticas en fetiches malditos.

Desperté, la cama estaba desordenada, mis luces estaban confundidas, como siempre me sentía abandonado. Ya sabía que no era un semáforo  común, pero ella no lo comprendía, estaba agotada. Yo me sentía vacío. El tenerla como amante  no me satisfacía, ya era tarde y tenía que volver a la esquina a guiar el tránsito. Maldita vida. Cuando la conocí, pensé que todo iba a ser perfecto, sobre todo me conquisto su extraña forma de parecer una niña. Bueno no me importa, es tarde, y también se viene una guerra y ella tiene que ir a estudiar, y si su familia se entera que está con un semáforo no lo soportarían. Pero verla  dormida  me erradicaba las ganas de despertarla, atine a prender la televisión y como todas las malditas mañanas, las noticias hablan sobre la guerra, horrible guerra, no deseo estar aquí, pero tampoco puedo irme. Ya es tarde pero no quiero irme sin despedirme.

Como matar un semáforo.-  el suicidio es parte de su vida, la lluvia su peor enemiga, cualquier día una pared será su pistola.

Existe una guerra   en
la existencia zombie
un poco
de entrañas
matara
todo
en el fondo
todo deseamos morir
como un semáforo.

                                          MArio Santiago Bey Quiroga

Gimme the power

Les dejo Gimme the power, un buen documental sobre el grupo Molotov, con un gran recorrido por el rock mexicano paralelo a la tecnocracia asquerosa que nos acompaña desde el siglo pasado. 



Nótese cómo en pleno documental, que trata la represión y la libertad de expresión, uno de los críticos de rock mexicano se pone alerta cuando una patrulla da la vuelta por la locación en plena entrevista y cómo otro, en una cafetería, va a declarar que Fox le parece un gran pendejo y se abstiene (obviamente, por miedo a represalias).


Se los dejo, locos.

"Yo ya estoy hasta la madre/ de que me pongan sombrero/ escucha entonces cuando digo: NO ME LLAMES FRIJOLERO [...] PINCHE GRINGO PUÑETERO"



-J. Andrés

Piezas de un amanecer de 24 horas











Y mientras nosotros seguimos bajando por el camino, nuestras sombras (son) más grandes que nuestras almas, camina una dama a la que todos conocemos, que brilla con luz blanca y quiere mostrar como todavía todo se convierte en oro, y si escuchas muy atento, la melodía vendrá al fin a ti, cuando todos sean uno y uno sean todo, ser una piedra y no rodar.

Stariway to heaven- Led Zepellin


La madrugada tiene 20 minutos de olvido y 5 de preocupación, sentiste el aroma de un holograma de tres prismas, y una botella dio a vaticinar cuantas de cuantas partículas está hecho el universo y tu cerebro. Las llantas me hacen recordar que ya estoy cerca de la luna color azul, azul como tus dientes. O amarillo como mi brazo en el minuto 9, lamo tu espalda en el minuto 14. Ya es muy lento, bailar salsa o escuchar tu sonrisa al ritmo del columpio de tu piel es como escalar en tus pezones. Minuto 17. Las paredes son papel de regalo para nosotros dos, una pieza en piano y un martillo clavando en tu lengua; la profecía esta en tus lunares. Me porte bien, como niño de primaria en medio del espacio, con mi casco y ya negué a dios y a su paraíso por cuarta vez, ya es el minuto 20. Tu celular recuerda, el invierno y mi viaje de astronauta, un beso en medio del manicomio y una pandilla de gatos haciendo brujería detrás de nosotros. El cielo busca venganza, el infierno es un jardín de niños.


Cuando los guardias me escoltan al patio, alguien grita desde una celda "Dios este contigo" si hay un Dios entonces por qué me deja morir?

Haloweed be thy name- Iron Maiden



Quiero ser un mártir con cinco clavos en mi garganta y una corona de espinas en mi miembro, así el destino de la humanidad ya no será una fábula, estaré a la diestra del padre en medio del loco asesino, porque dios nos mató primero, el pecado fue nuestra bendición y nuestra muerte la búsqueda de su perdón. Quiero ser mártir en medio de una economía globalizante, entenado de la plusvalía, un árbol de gloria que mata a la aldea en medio de la decadencia, sangre con tractor y aviones. Muerte .Muerte para mí. Quiero ser mártir en medio de todo y el fango, como cerdo apocalíptico, la biblia se quema en el banco mundial y se juega tómbola en el vaticano. Todos queremos ser héroes como fin de la nada, porque el principio  es el caos, y mejor opto por levantar las piedras, convertir las piedras en templos y después maldecirlos.


La oscuridad es cada vez mayor, las luces del cementerio permanecen encendidos, como en tiempos antiguos ,las almas caídas mueren detrás de mis pasos  siguiendo la  luna helada.

Freezing moom-mayhem


Con los pensamientos he contado las olas del mar unas veces ser murieron cuando respire otras las fume con una bala en mi boca, pero un poco de infierno en los tobillos me hace respirar rápido y corro aprisa sin miedo a que las letras me degollen o mi sangre sea sacrificio para mitos de papel. Estoy en el campo de las lágrimas y cosecho fuego, bombas y cuchillos. En medio de los vidrios ya no renace el fénix, los soldados mueren, pero mi voz cobra un nuevo matiz con angustia y persecución, ya son siglos de ser  tierra y polvo. Mi cuerpo será pedido por el frío y el cemento.


Tres de la madrugada en una roca roja

Un
trino
evangélico
y
tus
manos
tocan
la
historia
una
lágrima
cae
de
mis
piernas
tengo
la
victoria
un
soldado
muere
cuando
respiras.

Cuatro de la madrugada en la filosofía de la vereda


Una pantano en seda, lo que no quieres escuchar está en un sermón a las doce de la noche, pero la madrugada se acerca, con un silbido  de cárcel y una angustia a cual rezar. Una visión nocturna se confunde con la cara marchita del que vive en la noche y del que piensa que hay que ser un león con  una colección de medallas en el pecho. Escupir a los autos es un deporte, correr como perro detrás de ellos es volar como un ave sin alas que choca con todas las caras de los que algún día te repudiaran. Bala. La vereda y un cartón en el suelo una filosofía que negamos con un sueldo, pero la madrugada ya está cerca. Bala. Mujer quimérica caminas en un péndulo, mis dedos son el péndulo.

País
País de mierda en donde un perro corre
y viajas en ocho patas
donde las luces no llegan a tu vientre
estás maldecido,
por siempre.


Posdata: Mi mayor  recuerdo es la velocidad del  cocinero cuando yo y mi mirada de psicópata te hablaban de manifiestos para un pasado cercano, una ventaja de los dos es que tu fuiste veloz y yo escribí en las sabanas.
                 
                                          Mario Santiago Bey Quiroga

2. Sigo esperando

Anoche soñé contigo. El sol, como el bostezo de dios, suspendido sobre nuestras cabezas, escupía ese calor que tanto odiábamos recibir y al que nos referíamos, con frases ofensivas y tiernas en las canciones que escribíamos, en nuestros años de colegio.
Nos encontrábamos en una época compuesta por dos, superpuestas en una realidad desbordante de nostalgia y alegría polvorienta. Veía el cielo descolorido, los árboles tiesos, el suelo salpicado de desiguales islotes de hierba, olía a viejo y tu rostro era el de un muchacho que se ahogaba en la adolescencia y que emergía de pronto en una superficie de amargura y resignación a tener que vivir en una realidad completamente anacrónica a la trazada por nuestros sueños.  Tocabas la guitarra, alternando a veces el viejo sonido de tus manos sobre el instrumento, con renovados golpes de silencio que encontraban su mayor intensidad en las miradas de desconcierto que establecíamos al no hallar las palabras necesarias para recordarnos. Era claro que mi mente se deslizaba en un proceso de simbolización de mis inquietudes inconscientes, porque es lo que temo desde esa vez que me decías, por el celular, que ya estabas en el avión y que no me ibas a olvidar, como si sospecharas que al despegar de la tierra serías sometido a un nuevo régimen de vida, totalmente indiferente a la que llevábamos entonces.
Tantas veces imaginando tu rostro aporreado por los años y por esa vida dura de horario rígido, me dieron una idea vaga del rostro que tenías que llevar en el sueño y te puse uno triste, como cuando antes de llorar: los párpados a medio cerrar, la boca en una sonrisa inversa, la cabeza casi como una piedra de pena cayendo en el abismo del fracaso. Tal vez el sueño sólo era la mala reconstrucción de un recuerdo, pero nos encontrábamos más flacos y creo que morados, era evidente que el tiempo nos había atropellado con su bicicleta del mal y algo de nosotros había muerto hasta ser el morbo de la putrefacción. Entonces, nos teníamos allí, entre un año pasado y uno aún inexistente, mudos de palabras y expuestos a las dudas de si acaso esto era real o sólo la mutilada imaginación de alguno de nosotros. 
¿Qué andabas haciendo por allá?, te pregunté  y tú hiciste un gesto de indignación pues yo ya sabía, trabajando, dijiste luego, también estuve trabajando, te dije, y tú sonreíste y tus ojos eran dos animalitos dignos de adoración, pura mierda, dijiste y yo consentí esa frase con una carcajada insonora. Te dije que tocaras algo en la guitarra y, como antes, colocabas inseguro la mano rodeando el mástil y tocabas los restos de una canción que habías compuesto y yo te había ayudado a descomponer, aún sabíamos las letras y la cantábamos como un himno contra el hastío y contra la gente previniéndonos contra la inevitabilidad de la madurez y la exigencia de estar preparados para ir a su encuentro. Luego nos dejábamos aplastar por la contemplación de nuestros nuevos cuerpos, los restos de nuestra voz, alargadas, distendidas en el aire quieto, fungían de coronas (¿cómo mierda se llama eso que llevan los ángeles sobre sus cabezas?), estábamos, repito, muy flacos y muy morados, aunque todo el ambiente era de ese color, a ratos me daba la impresión de estar solo, frente a unos cuerpos sólidos y distantes y tú, sobre todo tú, te erigías como un monumento, homenajeando nuestros días inasibles y prestos a desarmarse en el hastío de la realidad.
El sueño no fue gran cosa y será que los sueños se gastan y se transforman en películas antiguas (moradas) de terror, de tristeza, de cansancio, que se proyectan en la mente mientras se duerme, como si fuera un sótano secreto cuyo acceso es inesperado, casual, accidental e indeseado.
Aún suelo leer las conversaciones que teníamos en el facebook, me decías que sí, que efectivamente estabas trabajando y cada vez que podías me enviabas fotografías, que tomabas con el celular, del establecimiento en donde trabajabas: una tienda, y yo veía las verduras, cosas dentro de frigoríficos gigantes, mientras me decías que no te dejaban entrar al facebook en horas de trabajo y yo pensaba cómo nos hemos traicionado. Luego volvía a mis asuntos: trabajar, aburrirme, todo era tan irritante, pero pensaba que iba a terminar pronto. Luego empezaste a decirme que regresabas en mayo, para tu cumpleaños, para embriagarnos hasta recorrer la ciudad como dos perros envenenados de amor y yo feliz por la noticia, pero no llegaste y en cambio llegó el mensaje de que venías en julio, para el aniversario de nuestro país desconocido, y nada, te quedaste allí y yo me preguntaba ¿por qué?, ¿qué tan difícil es desgarrarse de la trampa de ser adulto o ser un adulto ingenuo? y no sabía qué responderme, porque tampoco podía desgarrarme de esa trampa. Los días desfilaron delante de mis ojos, todos sostenían una fotografía tuya, todas distintas: ibas envejeciendo en cada una que pasaba.
Para entonces ya no quería soñar con nada del pasado, pues, a fuerza de insistir ilusamente, se volvía una enfermedad. Prefería concentrarme  en mis asuntos, escribía poemas, dos, tres cuadernos, cigarros dejados al viento por la ventana de mi cuarto, mi guitarra siempre deprimida, idiota, pinté mucho, quería ser pintor, te acuerdas? Tampoco funcionó. Sólo encontraba a la ciudad con su rostro enojado conmigo sin razón alguna, caminaba y sentía que me daban de patadas en el culo, regresar adónde, si ningún lugar es suficiente. 
Lamentaba no haber conservado tus poemas, aunque creo no me dejaste ninguna, he perdido todo desde entonces, salvo el recuerdo de las veces que intercambiábamos nuestros textos como si con ellos fuéramos a cambiar el mundo. Nos pudríamos en un pueblo pequeño, allí, donde todo crecía con la insolencia de creer que todo era único y nuevo.
Cuando recién te ibas a ese extraño país, montando un avión que nunca pude ver en el cielo, habías prometido tu regreso al cabo de un año, un tiempo soportable, ya van cinco y aún no retornas tu cadáver a este sepulcro de ilusiones. Sólo me dispongo a reír porque llorar, hermano, ya pasó de moda. A veces creo que volverás, a veces sueño que volverás, pero ya no espero y si lo hago, lo hago con la modestia de quién ha sabido sortear las crispaciones de la ansiedad.
Se me ocurre que quizá estás llevando la buena vida y que por eso no regresas, y que tal vez es lo mejor: apartarse de lo que no se mueve, actuar como el contragolpe, virar de dirección cuando las coordenadas no son más que un chiste absurdo. Te imagino y estás apuntando al mundo con un cigarrillo prendido entre los labios, con una soberbia eficaz y tan natural que llega a ser tierno, amenazándolo y exigiendo lo que te apetezca en ese momento: un buen perfume  de mujer más una mujer más sus palabras más un poco de su vida dispuesta a compartirla contigo, entonces imagino que se te escapa una sonrisa y el cigarro afloja un poco y está a punto de caer y cae y sigue cayendo y rebota en el piso y mientras se apaga, tu corazón late como si nada hubiera pasado, pues nada ha pasado. El mundo no transa con quienes no saben hacerlo.
Jugamos a sabernos los débiles, en contraste con quienes se empeñaban en ser más fuertes, sólo porque nos provocaba nadar a contracorriente, considerando además que esto no requería en absoluto el más mínimo esfuerzo (hábito que nosotros disfrutamos con devoción). Nos desplazamos por entre esa corriente, que a veces resumía muy bien nuestra tristeza (a veces no, porque no estábamos tristes), cuando caminábamos por la calle, de tarde y extrañamente silenciosos, me entretenía oyendo nuestros pasos y era como Tris- te- tris- te o a veces po-dri-do-po-dri-do, nuestros pasos a algún lugar donde pudiéramos fumar sin que nadie nos causara problemas.
Éramos la canción que buscábamos componer para gustar a algunos. Quizá sí, hurgábamos por otros caminos, posiblemente nuevos y por eso, con pocas probabilidades de triunfar, salvo cuando nos encontrábamos semiinconscientes de alcohol, trepados del pelaje de un cerro paternal, dejando nuestros ojos en las ramas de las visiones del futuro, que escapaban del agujero del abismo que vibraba bajo nuestros pies, atrayéndonos inevitablemente, ya sabes, y al que caíamos al día siguiente, la cabeza nos dolía y creíamos en cosas como el futuro benevolente, una manifestación sutil que invitaba a la esperanza, una cosa lo suficientemente bella como para creerlo.
Somos macizos  trozos de ayer, eso voy creyendo, ya que de ti no tengo más que una imagen desgastada y bella, aún, tus ojos con miedo, rabia, soledad, tristeza, furiosa alegría, torpe alegría, tus ojos y los caminos húmedos que se bifurcaban por tu rostro y es el camino que acaso ahora recorres, con una lentitud reivindicatoria, el cansancio que te moja el cuerpo, el trabajo, el horario delimitando tus huesos como si fueras un tiempo previsto y diseñado para el esfuerzo demoledor. Mis ojos lo mismo han querido perforar el cielo para que todo se desinfle como un globo de sueño, un cráneo dormido, pero no, mis ojos son estos, los que siguen estas mismas palabras (las que tú ves ahora, también) que no van sino a ese pasado al que no se puede llegar como no sea a través de un juego inútil de palabras que sin embargo son el único recurso al que puedo acudir. Esto de algún modo deber ser bueno.
Somos frágiles sobrevivientes de nuestra guerra interior (ornamentada de patetismo innecesario y necesariamente evitable) cansados  de perseverar en la debilidad como hábito, jugando primero a favor nuestro y luego, como el movimiento natural de quien se harta de servir al mismo bando, a favor del mundo, hediondo y maravilloso.
Habría que mandar algunas cosas al diablo, desmantelar algunas armaduras y quedarnos con lo que ya está aquí, a nuestros pies, y es la distancia inmedible la que se extiende como un par de alas destinadas a sobrevolar por la libertad, sea lo que significara ahora esa palabra en nuestras mentes.
Ayer es como un espejismo que se planta frente a mí cuando tengo frío. Ayer es tu cuerpo y el mío hechos rockstar’s en la maleza de las limitaciones de nuestros talentos y guitarras no eléctricas. Ayer es el canto provisional de nuestro futuro, o hablando soledosamente, del mío. Somos una generación partida por la mitad, estamos atados a nuestros propios cuerpos y esto puede ser perfectamente triste, pero soy cínico y estoy alegre.
Sólo no cambies (Sí, ya sé que es tarde para pedírtelo), para poder distinguirte entre la gente, una tarde cualquiera. Sólo no cambies te pido, yo ya cambié mucho, así que es imposible que me reconozcas entre la multitud que se aplasta tratando de imponer su cuerpo.
Quiero creer que esperar incrementa las posibilidades de que regresarás.



(1. Es de noche, tengo frío y 2.  Sigo esperando forman parte de DOS CUENTOS SOBRE LA DISTANCIA)


J. Estiven Medina Ortiz. 

1. Es de noche, tengo frío

La oscuridad sirve para perder el cuerpo, para empequeñecerlo, para reducirlo al único gesto necesario para vivir, queda la irreductible esencia de la honestidad que no es más que un armazón ocultando la necesidad o al menos el requerimiento de algo, de alguien en algún momento. La oscuridad es la comprobación de que la luz es transitoria, de que inevitablemente volveremos a ser esto: un cuerpo perdiendo los contornos y recogiendo apenas lo poco que puede reconocer de sí mismo.
Iba pensando en la oscuridad porque en eso se había convertido mi cuarto, la bombilla eléctrica hacía varios días que se había fundido y no encontraba los ánimos necesarios para conseguir otra y reemplazarla. Quizá era el castigo que me infligía inconscientemente por no haber podido o siquiera intentado retenerte, o es que montaba de ese modo el ambiente necesario para pensar en las cosas que se estaban yendo contigo y en cómo aquello se iba convirtiendo en una derrota.  Entonces, me sentía como un gusano, un gusano que ondulaba tempestuosamente  el cuerpo por las accidentadas formaciones de los edredones sobre mi cama, apuntando tenazmente mi cabeza como una flecha  tardíamente lanzada  en un combate donde no queda más que desierto, quería llegar a la almohada y reposar un poco, tenía que trabajar al día siguiente, sumergir mi cuerpo en la ciudad y conversar algo sobre lo bien que andaba la vida, porque, bueno, mi cuarto quedaba lejos y con él toda noción de que algo andaba mal, al menos era lo que pensaba cuando a veces trataba de medir la distancia que se iba acrecentando entre los dos, ya que el cálculo lo realizaba partiendo desde mi habitación y aunándola hasta el punto desconocido donde te encontrabas, no desde donde ahora estaba, un punto excluido, insensible y luminoso.  
El cielo ennegrecía, la ciudad se armaba de luces y yo volvía a mi habitación, inmediatamente cogía el papel donde habías escrito aquella frase y yo sonreía al leerla, porque el hecho de no convencerme, no impedía que la distancia siguiera extendiéndose, casi como si yo fuera un personaje accesorio y prescindible, sabiendo que no era así. Sabía, además, que lo habías hecho apenada, que eras, entre los dos, la que mejor había sabido cultivar el dolor y que por eso mismo debías terminar a pesar de que yo terminara siendo una estatua sonriente, cogiendo un papel donde me pedías que te olvidara. No iba a poder, obviamente, por eso sonreía y por eso dejaba de sonreír y por eso la oscuridad funcionaba tan bien como un refugio.  
¿Que habría que pasar por sobre mi nombre para que cayera como una hermosa lluvia sobre tu cabeza? ¿A qué argumentos tendría que recurrir para terminar aposentado en  tu mente como si fuera una enfermedad hermosamente obsesiva? Quería quedarme contigo pero era inevitable que me rechazaras, era hasta el máximo gesto de amor, ¿no?
 Ahora, no puedo hacer otra cosa que esto, quiero decir, intentar obedecerte y no lograrlo, porque esta oscuridad me reduce a un sólo pensamiento y a una sola necesidad y, considerando el hecho de tu ausencia, todo se hace lo que ya existe aquí y es como lo dispuse, anteponiéndome a las ilusiones, desacreditando su cualidad de luz, estoy tratando de obedecerte, trazando el mapa de nuestro improbable encuentro  y sometiéndolo a la oscuridad y no lo estoy logrando y casi no importa y lo poco que importa no funciona.
Abrí la ventana que da a la calle y asomé el cuerpo y vi el camino iluminado desigualmente por lo postes de luz, y pensé en lo bien que me haría salir a caminar, abandonar la trampa sin fin de mi cuarto, darme una tregua y volver a la lucha, por decirlo de un modo exagerado.
Salí sin dudar, cerrando la puerta con una brusquedad inusitada, como si estuviera cerrándose por siempre, pensando en esto, revisé los bolsillos de mi pantalón y las llaves no estaban, no las había cogido de la mesa donde siempre las dejaba puntualmente, había cerrado la ventana por dentro, creí que no había nada por hacer salvo romper el vidrio, pero tampoco quería hacer aquello. El camino me reclamaba en un tímido susurro, le hice caso, sabiendo que no encontrarte era también la posibilidad de perderme creyendo que te encontraría, era inútil creer en eso, pero ¿qué iba a hacer? La ciudad era la luz que continuaba a la oscuridad de mi habitación. Olvidarte era, de lejos, tu petición más ingenua y el hecho de recordarte sólo podía ser aplacado caminando, creyendo imitar el rumbo de  tus pasos.


J.  Estiven Medina Ortiz.


Carta para pequeña androide serie 1305


No hay muestra del psicoanálisis en una colcha húmeda, sino una decena de canciones que se miraban una a otra como parálisis de sueño, mezcla de pesadilla, mezcla de futuro cercano o de un halo de luz que tu querías ver a cada momento y así el planeta se caía cuando movías la mano. Tienes miedo a mi ombligo, a mi piel tostada, y a mi boca cuando te habla, porque soy oráculo. Tu piel tartamudea, un poco de mi aliento también lo hace, ambos nos preguntamos sobre nosotros.

Tu piel choca con mi infancia 
estoy
encerrado
en
tu boca
como
celda
estoy
sin
alas
tu
estas
con locura y alimento en la boca.

Un arco esta tenso, las armas siguen disparando, la guerra no tiene fin. Y tus ojos me preguntan sobre la mañana de un miércoles, un día donde no hay victoria, hay un paseo de manos y un eclipse ebrio. Alcohol y el bus está ahogándose por el beso debajo de un puente suicida.

Tus cables están chocando positivo y negativo
soy la energía           tu
yo                                somos
colapso en cumbia
futuro cinemático
sinergia de saliva
androide y caja
amor y capricho
te busco como lagrima de estatua
y mi beso te anhela en clase de filosofía.

Calles con asfalto sin recuerdo, un billete dormido, una noche con tormentos neoliberales// mi testamento lo deje en tu cuerpo, mi pasado se fue con tus uñas. Tus fantasmas no callaron delante mío, no fue una revolución televisada, fue un golpe de puerta y un guiño con tres ojos. Tengo miedo, miedo a que no estés con el templo chavín y su magia en mi ´pecho. O es más tengo miedo a destruir mi criptografía, o a no destruirla. El capullo debajo del arcoíris es más difícil en tiempo de mis lluvias personales, escupo sin asco, porque yo soy el asco. Un pedazo de tu cabello se ató a mi lengua. No puedo hablar, ni cobijarme en los taxis, esta esquina se volvió más dura. Una despedida es un vuelo en un avión militar japonés. Necesito entender el tatuaje que hay en esa estrella, porque camino va y porque nací cuando la sopa está caliente. Necesito encontrar …

Un cuerpo desnudo
es astral
visión nocturna en guerra capitalista
tatuajes confundidos por el sudor
solo hay segundos que no se cuentan con los dedos,
dime donde está soplando el sikuri, dime.

No tengo pertenencias porque perdí todos mis libros, estaba en subastas de mayo, porque estas son más pomposas y se muestran alegres con sus adornos religiosos y sus cruces. Soy el demonio que se suicida con alfileres en fiesta vudú, clávame con tus agujas, con tus piernas/navajas. Mátame, La sangre se perdió en las formas, no hay figuras en las ciudades, no tengo las figuras en mis manos, tampoco las ideologías. Todo me recuerda a ti. Un guerra contra el territorio, contra nuestros cuerpos, contra tus chips y mi memoria de papel enmohecido.

Pequeña androide camina para la izquierda


Somos armas, tu eres cables con voluntad, me tienes en tu sien, neurosis con razón. Vitalidad en tu vientre  soy parte de tu vientre, naceré de ti para mimarte en 5 galaxias nómades. Eres carne, con sangre y acero, el sol entra cuando somos fundidos en una misma fábrica. Somos logaritmo no descifrado, perdido y anti quimérico. Piel y acero. Aliento y fluido.
                                            Mario Santiago  Bey Quiroga