Salvar elefantes

J pensó: tendría que decirle algunas cosas para sentirme mal. Algunas cosas que sean ciertas y otras no tanto, pero que fuera necesario  decirlas porque la verdad sola, es una mentira futura. Las cosas cambian indistinta y egoístamente de sus objetivos iniciales, como si estos fueran proyectos frágiles o terriblemente elásticos, puede que hoy le diga algo muy cierto, algo que ambos creamos decididamente y que luego termine por no significar nada, J dejó de pensar porque creyó que era innecesario, primero creyó que era estúpido.
Tendría que decirle algunas cosas para sentirme bien, pensó luego, decirle por ejemplo que hace mucho quiero decirle algunas cosas (¿?).
-        Dale, dime- Diría N.
-        Bueno, creo que eres una buena persona- Diría J, o no diría nada, quizá se quedaría mirándole a los ojos.
-        Yo también lo creo, pero no tiene importancia- Diría N, con ironía.
-        ….- J no diría nada, mientras mueve la cabeza de arriba hacia abajo, como afirmando lo que acaba de escuchar - Creo que quiero decirte muchas cosas, pero no sé precisamente qué cosas- Diría J, algo perturbado.
 
J dejó de pensar, ésta vez incómodo por cómo sus pensamientos derivaban en ideas poco entusiastas, como si algo le dijera que estaba destinado a fracasar. Miró el cielo, vacío, ostentando un sólo color que no variaba en absoluto en la distancia, una cosa plana, imperturbable, definida quizá hasta la eternidad.
Pero las cosas cambian, pensó J, todo cambia, como cuando pienso en decirte algunas cosas y de golpe te tengo frente a mí, por un esfuerzo maníaco y glorioso de mis deseos, y no tengo nada que decirte, que ofrecerte, sí, ofrecerte, no tengo nada que ofrecerte, salvo mi inexactitud, mi irritabilidad disfrazada de impaciencia, mi improbable lealtad, mi invariable aburrimiento, este poco de algo que tengo para ti, siguió pensando J, estos dedos que son 10 pero que quisiera fueran monstruosamente más, éste rostro de donde emergen puntiagudos bigotes y barbas, que quisiera fueran un bosque uniforme y bello, ésta cabeza irregular que me gustaría fuera regular hasta el más mínimo milímetro, como una cualidad innecesaria, éste cerebro denso, pegajoso, pétreo, vacuo y desconocido que quisiera menos obstinado, que pienso se parece a todo lo que deseo, que opta por formas indecibles y difusas, que se desvive en deseos pueriles, tersos, de cierta belleza incontenible, no tengo nada que ofrecerte, excepto lo inexpresable, el lado desconocido y que muy probablemente no sepas leer porque no lo sé escribir. Además todo cambia- piensa, mientras atraviesa una calle desolada y polvorosa. Se dirige a una casa, la casa de N, se dirige pensando ahora sin querer en ese cuerpo que mantiene una profundidad ignota y fascinante, donde duermen tantas palabras y sus potenciales efectos emocionales- nos movemos por la vida como seres que se sostienen en cosas que adquieren el significado de la totalidad, de algo así como la felicidad, o lo vital, pero sucede que aquello cambia por la sola necesidad de movernos, y que ese todo termina siendo un trozo de pasado, un rastro que alarga el camino por detrás, terminamos sosteniéndonos de cosas insospechadas, sólo porque deseamos vivir. J dejó de pensar. 

Sus ojos rastreaban la calle sin encontrar a nadie conocido, ni siquiera a nadie desconocido, era una calle vacía, casi abandonada. Puso de prisa y con fuerza las manos en los bolsillos, dio pasos breves mientras pensaba que darse prisa sería un error, entonces caminaba calmado, aunque “calmado” fuera un eufemismo necesario. Camina muerto, de miedo y de curiosidad, saboreando cada emoción que crispa su cuerpo. N estaba bien como pensamiento, como obsesivo tema de sus monólogos, como evocación  desenfrenada, N estaba bien en diferentes situaciones, pero la realidad era el espacio incontrolable, la trampa feroz, la posibilidad imprevista y desafortunada o acaso fuera todo lo contrario, quizá el instante eterno, la confusión memorable, el nerviosismo conmovedor, los ojos disparados hacia las oquedades del lugar deseado, el motor infinito de los gestos bellos, quizá la vida misma, J tenía que concebir estas ideas en el cerebro, para impartir justicia (y de ese modo desterrar su paranoia) en su pensamiento y esto le divertía y de algún modo disipaba su inseguridad, las cosas estaban hechas hasta ese momento, sus pies estaban yendo por el camino indicado, sus manos ya no temblaban tanto y eso estaba bien, aunque lamentaba no poder estar ebrio, porque cuando ebrio las cosas son perfectas, medianamente perfectas, pero lo eran. N tenía un nombre perfecto y era bueno ir a por su nombre y por su cuerpo y por las palabras que contenía y por sus potenciales efectos emocionales, por su sonrisa. Creo que lo más importante es su sonrisa, Pensó J.
Tendría que decirte algunas cosas para sentirme mal, pensó J, que no se qué ofrecerte, ni qué quiero en realidad, quedar callado será espantoso y necesario porque el silencio proviene de mí, de alguna parte de mi honestidad, si sólo comprendieras que cuando callo soy más honesto que cuando digo algo, a veces me da por querer decirte que mi libertad existe en la medida en que me ves como un ser humano y que te tengo fija en mi memoria, que son mis ojos de adentro, tan infinita en todas tus posibilidades, y que sin embargo, no puedo, no puedo por distintas razones alcanzarte, quizá porque todo cambia y el camino que tomo no se aproxime siquiera a tu casa. 

J volvió a mirar al cielo, ésta vez poblada de espesas nubes que se deslizaban lentamente, nubes con formas que no sugerían ningún objeto conocido, que no aludían a nada, J se concentró en las nubes casi obsesivamente y se detuvo.
…y los elefantes, tan frágiles, perdiendo una pata, parte de la trompa, adelgazando violentamente, expandiendo sus cuerpos hasta confundirse en una masa gigante de algodón. Y nadie salva a los elefantes porque se mueven tan lejanos, dispuestos sólo para ser observados, ignorando los propósitos que puedan tener, pensó J, y no sé qué pueda ofrecerte aunque muero por hacerlo, por darte algo de mí, un trozo de mí, y expandirme hacia tu territorio, encerrarme en el recinto de tu nombre, N. Concibo mi libertad en la medida en que percibes mi presencia. Nadie salva a los elefantes.
J dejó de pensar en el momento en que una persona pasaba cerca de él.
-        ¿Me das 5 soles?- Le dijo- Es para salvar a los elefantes, para salvar a un elefante.

J no tenía ni un sol para invitarle un café a N.


 J. Estiven Medina Ortiz.








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