Sus ojos
descolocados me contaban parte de la historia. Llegó como el animal más triste
y furioso que alguien haya podido echar de su hogar y golpeó mi puerta con la
fuerza de quién está cansado de buscar esas cosas que en el camino se hacen
pura confusión y decepción. Yo estaba
viendo un partido de fútbol en la tv, no me gustaba, pero de hecho, no me
gustaban tampoco esos domingos en donde parecía que lo único que se podía hacer
era sumergir mi cuerpo en cosas inútiles. Abrí y lo encontré allí. Posiblemente
había llorado antes de venir y, como había llegado a conocerlo lo suficiente,
me compadecí y lo dejé entrar, de otro modo, lo hubiera echado. Detesto la
tristeza a tal punto que soy capaz de hacerme una piedra o meterme debajo de la
cama tapándome los oídos. Pero a él lo conocía ya hacía mucho tiempo y lo quería,
porque había que querer a alguien o sino todo se hacía más jodido.
No le dije nada
mientras se acomodaba en el sofá, cerré la puerta y seguí viendo la tv, como si
nada hubiera pasado. Luego noté que llevaba apretado en la mano izquierda un
peluche que por la presión parecía una bola de trapo y yo pensé éste hombre está loco, o está demasiado
triste, luego lloró un poco y yo le pregunté qué le pasaba porque el
partido había terminado y ahora hacían los comentarios más estúpidos sobre lo
bonito que habían jugado todos. Después empezaba otro partido, pero antes iban
a pasar los comerciales. Y yo tuve tiempo para ocuparme de él.
-
Fui a casa de mi chica y
no me abrió- Me miró a los ojos y eran los ojos más honestos y bonitos que pude
haber visto en mi vida, estaba muy afectado por lo que le pasaba y supuse que
si había venido a mi casa fue porque creía que yo podía ayudarlo, así que eso
pretendí.
-
Bueno, quizás no estaba
en casa- Le dije, fue lo primero que se me ocurrió- Anda, llámale al celular.
-
Ella estaba adentro, la
vi en la ventana, ni siquiera la abrió, estaba asustada- Explicaba de ese modo
el origen de esa herida que le atravesaba el cuerpo flaco y desilusionado.
-
¿Y por qué se asustaría?
– Pregunté, viendo en la tv un comercial sobre unas pastillas que alivian el
resfriado.
-
No sé, está loca- Me
dijo, y sus ojos me asustaron, porque eran como contenedores imposibles de
lágrimas.
-
Bueno, así suelen ser las
cosas, todo el mundo está loco- Yo sonreí y me sentí triste. Era momento de
acabar con esa conversación.
-
No sé, yo sólo quería
darle esto- Y me mostró, por fin, eso que llevaba en la mano: era un peluche
que, sobre la palma tendida, recobraba la forma de un tierno animalito con los
ojos amorosos, ingenuos e inútiles, era un oso panda. Y me gustó y eso hizo que
me indignara con la chica esa, que le había rechazado el regalo.
-
Oh, está muy lindo- Dije,
ya empezaba el partido de fútbol y todo se volvió la tranquilidad más
insensible que jamás había experimentado en mi hogar.
El partido estuvo
aburrido, en principio porque no sabía quiénes eran los equipos que se
disputaban el tan preciado título que el locutor se ocupaba en anunciar
escandalosamente y además no tenía mucho interés en saberlo, ya que los nombres
eran escupidos con una frecuencia irritante. Creo que veía el partido como un
modo de convencerme de que el hecho de
no haber tenido la destreza suficiente para poder desempeñarme adecuadamente en
ese deporte cuando era un niño, no tenía la importancia necesaria en mi vida de
adulto, pues, la idea de correr tras de una pelota y encajarla en un arco
enmallado no me producía el mínimo interés.
Sin explicarme por
qué, busqué al oso panda de peluche y lo cogí para mirarle fijamente a los ojos
y estuve así por un buen rato, desoyendo los gritos en la tv, era como si le
estuviera pidiendo explicaciones sobre el estado de mi amigo que se mantenía
inmóvil en el sofá con una tristeza que me empezaba a molestar.
-
¿Quieres beber cerveza?-
Le pregunté, no encontraba otro modo de poder ayudarlo.
-
Si, de hecho- Dijo, los
ojos perdidos, parecidos a los de un panda que se sabe el último de su especie.
-
La traigo enseguida- Le
dije, levantándome hacia la cocina- No te muevas- Y decir esto me pareció
totalmente innecesario, pues parecía que la cerveza era lo único que podía
moverlo, en vista de que mi apoyo moral era torpe e insuficiente. Él sonrió
como si hubiera olvidado llorar, o sea, una sonrisa de llanto.
Entré a la cocina
y ahí estaban mis preciadas latas de cerveza, no las había tomado antes porque
sabía que si no las guardaba para hoy domingo, todo iba a ser insoportable. Las
cogí y me fui de prisa a sentarme frente a la tv a seguir soportando. Le
alcancé varias latas, creo las suficientes para quedar embriagado y yo abrí las mías, y fuimos bebiéndolas poco
a poco, como si en eso se nos fuera lenta y maravillosamente la vida. No
hablamos por mucho tiempo y eso no pareció molestarnos, oíamos de vez en cuando
nuestras risas, era indicio de que todo iba bien.
-
Yo puse mi corazón allí-
Dijo de pronto y supe que ya estábamos lo suficientemente ebrios como para
desvariar.
-
Lo sé- Dije, sin saber
qué sabía.
-
Ahí debe seguir- Dijo,
apuntando hacia el peluche que, entre tanto, había terminado en el suelo- mi
corazón, yo puse mi corazón allí.
-
Sí, ahí debe seguir- Le
dije, mientras iba a por más cerveza, tenía más, pues era un hombre precavido.
-
Sí, anda, ve, trae un
cuchillo- Dijo. Yo apenas pude mantenerme en pie y no fue difícil convencerme
de que traer un cuchillo no era peligroso así que ya de vuela, además de la
cerveza, tenía un cuchillo en la mano.
-
Aquí está- Le dije y le
alcancé la cerveza y el cuchillo. Él cogió el cuchillo y dejó caer las latas.
Golpeándose
con las cosas que habían entre él y el oso panda, logró cogerlo del cuello e
inmediatamente le pasó el cuchillo por el vientre, dejando escapar el algodón
de adentro, soltó el cuchillo y con ambas manos extendió la abertura hecha
hasta deformar casi por completo a aquél pequeño peluche.
-
No está- Dijo, con
espanto, llevándose las manos a la cabeza- mi corazón no está -Y lloró y yo
pude ver caer cada lágrima que gritaba también su desesperación, estaba muy
ebrio y por eso me daban pena tantas lagrimitas cayendo desconcertadas.
-
Oh, no te preocupes- Le
dije- seguro está por ahí, seguro lo has dejado en casa, entre tus papeles, ahí
debe de estar, ahí te gusta ponerlo.
-
No, yo lo puse aquí, estoy seguro- Su
desesperación era la tristeza enloqueciendo y rompiéndose en pedazos.
-
Tranquilo, tranquilo- Le
dije y ya lo tenía entre los brazos y ambos llorábamos por su corazón
extraviado.
-
Es terrible- decía varias
veces, como si fuera lo único que supiera decir, como si aquella frase
definiera irremediablemente su vida.
-
Ya verás que todo se
arregla- Le decía, sin fe, porque su
corazón no estaba ya en ese panda donde lo había dejado.
-
Es fácil para ti que
tienes el corazón intacto- Me dijo, casi inmóvil. Yo, de golpe me toqué el
pecho y no hallé los latidos.
-
Dónde está mi corazón?¡-
Grité- aquí no está, dónde diablos lo he puesto- Me puse en pie y trastabillando
quise alcanzar el cuchillo pero era inútil, no tenía fuerzas más que para
gritar.
Él
seguía llorando y yo no podía hacer otra cosa que lo mismo, estábamos llorando
porque nuestros corazones no estaban.
Así
estuvimos hasta que nuestras últimas fuerzas se fueron diluyendo en la cerveza,
sentía aún el sonido de la tv que seguía transmitiendo el partido de fútbol,
luego pensé en la buena condición en que se encontraban los corazones de los
que sí habían logrado aprender a jugar ese deporte. Me lamenté y me sentí
estúpido.
-
A lo mejor no tenemos
corazón- Dijo él, sonriendo.
-
Sí, eso es, no tenemos- Y
reí también.
Éste
mundo se estaba volviendo loco.
J. Estiven Medina Ortiz.
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