Lo estoy perdiendo todo
El viernes recibí su
llamada mientras me servía el desayuno, tenía el pelo revuelto y ciertamente
hubiera preferido quedarme en la cama, no sé por qué me levanté y empecé a
hacer esas cosas. Me dijo que estaba viniendo, que tenía prisa por decirme
algo, le dije que me lo dijera ya, que no anduviera con rodeos y me dijo que no
podía. Me pareció tonto y le dije que bueno, que lo esperaba, pero que no le
iba a perdonar si aquello era un pretexto para venir y comer de mi plato y el
cortó.
Llegó diez minutos
después o menos, tocó la puerta como un enloquecido y no me apuré en abrirle porque
me divertía saberlo desesperado, ya había ocurrido un par de veces: me busca,
se abraza a mí y llora diciéndome que me necesita, que se está muriendo y yo lo
consuelo no muy convencida de lo que dice y hundo mi mano en sus cabellos
mientras mis dedos juguetean, enredándose. Es gracioso.
Llovía como si el cielo
se estuviera desmoronando en pequeños trozos, yo me sorprendí parado en una
esquina con un cigarrillo mojado entre los labios, como si hubiera despertado
allí, erguido, con los ojos muy abiertos por el susto, luego reparé en que
aquel cigarrillo aún estaba apagado y que en entre mis dedos un palito de fósforo
terminaba de carbonizarse, busqué otro y simplemente no lo hallé. Me eché a
andar con el cigarrillo entre los labios, haciéndose cada vez más inútil con la
lluvia, aún lo llevaba conmigo porque sentía que tenía que conservar todo lo
que se pudiera, hasta el más mínimo objeto, por si tendría que dejar algún
rastro.
Lo estoy perdiendo todo, me dijo y no se
abalanzó sobre mí, no alcancé a distinguir si había llorado, la lluvia le había
mojado el cuerpo completamente, como si todo hubiera hecho el esfuerzo por representar
en él la desesperación para que yo le creyera, le creí. Pero ¿qué estás
perdiendo si no tienes nada?, le pregunté, en otro momento podría haber sonado
a una broma, pero ésta vez no bromeaba, él no tenía nada, al menos nada que
pudiera conservar por mucho tiempo, o puede que yo mantuviera aquella impresión
porque no lo conocía demasiado, apenas lo suficiente como para sentir algo
semejante al amor. Desde que lo conocí, sólo supe que andaba escribiendo una
novela. Todo, se me va todo, repitió varias veces con una velocidad que no le
permitía coordinar el resto del cuerpo, tuve que cogerle del brazo y conducirle
al sofá. Oye, tranquilízate, le dije y me senté a su lado. Estaba completamente
mojado y tiritaba hundiendo la mirada al frente, a un punto vacío.
De pronto parecía tener
el deber de reconstruirlo todo a partir de la noción de haberme hallado en esa
esquina intentando encender un cigarrillo, ¿qué había pasado antes? ¿A dónde me
dirigía? Estaba buscando las respuestas en las calles, el ambiente adquiría una
especie de congelamiento que quebraba todos los pensamientos que dificultosamente
creía estar elaborando. Si fuera el personaje de un cuento, no podría sentirme
más decepcionado del autor, pensé.
Luego sus manos
golpearon su cabeza con brusquedad varias veces, todo él era un persistente
temblor que parecía no acabar nunca y destruirlo todo. Me desperté y supe que
lo estaba perdiendo todo, me dijo, y te llamé antes de perderte también a ti, yo
extendí mi brazo por sobre su espalda pero lo quité de prisa porque no podía
soportar el frío en que se había convertido su cuerpo, luego me resigné a ser
parte de él.
Me miró una vez, estaba
asustado pero había un brillo como de esperanza en sus ojos, aunque no estoy muy segura de lo
último, parecía intentar calmarse tal como yo le exigía, pero era una fuerza
luchando contra otra aún más resistente que terminaba siendo él mismo
empujándose hacia ningún lado, lo rodeé con ambos brazos, lo sujetaba. Empezó
hace una semana, me dijo, yo estaba escribiendo mi novela, luego sentí que estaban
arrebatándomela, palabra por palabra, la vi volar y desarmarse hasta
desaparecer, no quedaba nada, pensé que algo en la computadora se había
estropeado y que como resultado mi novela iba a eliminarse, pero luego vi cómo
mi habitación corría la misma suerte, todo se desintegraba. Luego retornó los
ojos al punto vacío, no dije nada porque no sabía que podría decirse ante
semejante disparate, por un momento pensé en besarle. Te llamé cuando ya venía
hacia aquí, sólo me quedas tú y temo que también desaparezcas, me dijo, yo
aligeré la presión de los brazos con la que tenía sujetado su cuerpo pero aún
sentía el temblor y yo movía la cabeza afirmativamente mientras le decía que
todo iba a estar bien.
Se me entorpecieron las
piernas y caminar, mi único recurso para huir de la consternación, se había
convertido en otra tortura, la gente que pasaba a mi lado no resistía el
impulso de mirarme avanzando con movimientos torpes, me detuve, también
haciendo un gran esfuerzo pues, al parecer, la disposición de la fuerza de mi
cuerpo ya no podía ser controlada por mi mente, estuve otra vez parado y noté
que entre mis labios ya no estaba aquél cigarrillo mojado, he dejado el primer
rastro, pensé, girando la cabeza hacia atrás.
Quizás debas tomarte un
buen descanso, le dije, segura de que su situación no era más que un agotamiento producido por ese capricho de
volverse un escritor compulsivo. No creo que sea eso, me dijo, y parecía
experimentar un acceso de escabrosa sinceridad porque intentó explicar cómo no
podía ser posible: cuando ocurrió tenía muchas cosas que escribir, era
increíble cómo venían a mi cabeza, cogí un libro para tratar de calmarme,
diciéndome que no era para tanto, que había que ser paciente, y empezó, leí un
párrafo al azar y me encontré en el fondo de eso en un vacío insoportable, como
si no hubiera llegado a coger nada pero con la fuerza deshecha, derrotado, lo
intenté otra vez, en voz alta y lo mismo, no había nada qué hacer salvo echarme
a dormir para no entrar en pánico. ¿Y lo hiciste?, le pregunté y me dijo que
sí, que había dormido algunas horas y que mantuvo la computadora encendida
porque no pudo apagarla, no tenía sentido.
¿Y si tal vez no estoy
buscando nada, sino huyendo?, cuando pensé eso ya me dirigía por otra calle
igual de extraña que las anteriores, pero ésta vez la ansiedad había sometido a
mi cuerpo de otra forma, como si realmente estuviera huyendo, las miradas de los
transeúntes ya no eran curiosas sino inquisitivas, di un rápido vistazo a mi
cuerpo temiendo que una salpicadura de sangre hubiera quedado impregnada.
Una tarde me dio algo
de lo que había escrito para que lo leyera, no se lo había pedido porque supuse
que no lo tenía, que aquello de la novela en proceso era una mentira para impresionarme, así que
recibí ese fajo de papeles con una sorpresa que no supe disimular en los
labios. Lo leí en casa y confirmé que si bien esa novela empezaba a existir,
sólo lo hacía con el propósito enternecedor de conquistarme. Tienes que
terminar de escribir esa novela, le dije, mientras trataba de tomar sus manos,
él me dijo que era cuestión de un mes o dos, o tres, y yo dije: o cuatro, y
parecía que íbamos a seguir así, prolongando el final de la escritura de la
novela, como si representáramos la sospecha que luego lo llevaría a la
desesperación, por eso él se detuvo, dijo: ya lo terminaré algún día. Ahora
está aquí, temblando.
La manga izquierda de
mi camisa tenía tres manchas informes de sangre, ¿había matado a alguien? No
recordaba nada y ahora en parte porque no quería hacerlo, revisé atolondrado mi
cuerpo, con la esperanza de hallar una herida, una tajada de donde haya podido
emanar esa sangre, estaba aterrado por la posibilidad de que en algún lado hubiera
un cadáver a punto de ser descubierto.
O es como si me
hubieran matado, dijo de pronto, después del prolongado silencio en el que nos
habíamos sumido, entristecidos. Empiezas a hablar tonterías, le dije, porque
aquello ya había excedido el límite de lo que yo podía asumir como una
comprensible crisis de creatividad. Cuando desperté ya lo había perdido, es
más, creo que desperté cuando oí tu voz en el celular, ahora mismo es como un
sueño, me dijo. Yo sonreí casi cuidando de que no me viera, imaginaba cómo me
desvanecería cuando despertara si todo fuera un sueño como él cree que es ahora,
éste chico es un jodido soñador.
No estaba muy seguro si
empezaba a recobrar la memoria o era que estaba inventándolo todo, cediendo al
nerviosismo que me confundía cruelmente: Había un cuerpo tendido en el suelo de
la habitación que indudablemente era de él. Habría entrado, movido por un
impulso de venganza fulminante. Él me habría suplicado piedad en el breve
momento que yo me acercaba, no recuerdo
más, o ya no quiero inventar. Sentí el zumbido electrónico de la computadora
encendida de aquél tipo, al parecer estaba escribiendo algo. Quiero creer que el
daño que me ha ocasionado justifica irrazonablemente éste crimen.
Mejor ponte a dormir,
es temprano y a lo mejor es un sueño como dices y despiertas de mejor ánimo,
anda, recuéstate en éste sofá, luego si quieres te sirvo el desayuno, le dije y
él sonrió, admitiendo que era una buena idea, quizá la única posible, me dijo
gracias y que me quería, me levanté y dejé que ocupara totalmente el sofá para
que durmiera.
Hoy es viernes, tuve un
sueño extraño que espero recordar mientras preparo el desayuno. No, mejor no,
creo que no desayunaré, ya voy cuatro meses, ésta novela me está matando,
anoche debí fumar mucho, he dejado tantos rastros de nada.
J. Estiven Medina Ortiz.
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