Hijo de la derrota
Día 1:
Díptera, raya el cruento silencio con su zumbido,
zigzaguea indeterminada. Claustro,
cuadrilátera sepultura gime desde sus esquinas tanto vacío. Una bombilla tenue
y fatigada gobierna una esfera de cuarenta centímetros de radio a su alrededor.
Va hacia adentro, hacia su centro, quiero decir. Silencio. Las manecillas del reloj luchan contra sus
engranajes, dando chasquidos de triunfo cada sesenta microsegundos. Opaco,
todo, lánguido padecer. ─ ¿Y las ventanas?─ discute, Justo, con las paredes,
cuatro paredes. Amorfa estancia, oscura; masas terribles de sinsabor merodeando
los rincones. Silencio. Díptera. Se
recuesta, mientras el catre se queja de tan viejo, y sus oxidadísimos fierros
crujen desquiciados, moribundos. ─Será que se está muriendo ─dijo─, por eso
está como idiota─. A grandes trozos, las
paredes del techo se iban suicidando. Roída y cuarteada, la pintura se iba
desprendiendo, en enormes continentes. ─Ese se parece a América─ Aprecia Justo.
Díptera ondulando su vista ─¿por qué no se muere de una vez?─ se detiene, zumba
en derredor de la bombilla, vuelve a los aires. Y silencio, silencio,
¡silencio!, que arremete contra toda la quietud gravitando. Bebe un poco de
agua, y vuelve a recostarse. Chilla, sopla el viento desde debajo de sus
frazadas: «…La vieja me decía siempre “la bebida es una de las condenas más
trágicas del hombre”. Y yo sé, yo sé: muchos han terminado morados por la
cirrosis, botando espuma desde sus bocas; o
hasta, en sus diablos azules, caen y se desnucan. Y así, sencillo,
muerte segura. Otros terminan con los sesos regados por toda la autopista,
bañando el pavimento con su sangre, por haber sido atinados por un conductor
inestable. Pero qué se hace, qué se hace pues…». Díptera, silencio, díptera,
pasos lejanos acercándose. Retumba de pronto la resquebrajada puerta: ¡Uno,
dos, tres! ¡Tum, tum, tum! ─¡Justo, sé que estás ahí, maldito seas!─conmociona
a gritos el esqueleto de Justo, la abuela Mercedes. ─¡Ya son tres meses, tres
malditos meses!─, retumba: ¡uno, dos, tres!─¡Justo!─¡Tum, tum, tum! Chilla con
detenimiento el catre. Justo, despacio, en el silencio, trata de ponerse de
pié. Coge sus zapatos, díptera. Apaga la luz. ¡Uno, dos, tres!─ Justo, abre la
puerta─¡Tum, tum, tum! Avanza, avanza a paso sigiloso hasta la puerta, ¡uno,
dos, tres! Por entre las fisuras y esquirlas, aparece ante el ojo de Justo un
enorme bulto hecho de ira y una larga manta que cubría su monumental presencia,
y culminaba abasto a la altura de sus tobillos: La abuela Mercedes. ─¡Justo!, llegara el maldito
día en que derribe esta puerta─ ¡Uno, dos, tres!─Ya lo verás, alcohólico de
porquería─. Pasos que se alejan, arrastrando consigo unas viejas sandalias. «…Cómo
piensa, vieja, cómo, que voy a pagarle con lo que me falta», piensa. «…apenas,
pues, si apenas llena la barriga, apenas, vieja inmunda, ya llegará el día en
que me largue», continúa. «Si apenas, uno que otro por aquí, y eso que ya no me
llaman mucho, sólo para cachuelos, y se le ocurre, a esta vieja, cómo, cómo,
con lo que me falta…» Ahoga sus pensamientos con el resto del agua sobre el
velador casi invisible. Pasea, indeterminado, a través del olvidado aposento.
Observa los viejos muebles, sin apenas observarlos, y suspira de vez en vez,
como para cada muerto mueble arrinconado en sus viejos dominios. «Qué será de
mis hijos…», reflexiona. «En qué, Jeremías, dónde, en qué andará, mi muchachote,
loco como su padre, que hará por la vida, esta jodida vida…». Díptera,
silencio. Zumbido tenue, casi nulo e interrumpido. ─¿Qué, no se ha muerto
aún…?─. Da un salto agotador, lanza su brazo hasta el techo, y derriba la mosca
junto con la bombilla. Zumbido. Muerte. Sangre. Oscuridad. Justo cae cansado
junto con su cuerpo, y derribado permanece largo rato sobre el suelo frío. Frío,
silencioso arremeter de la soledad. Cae una larga lágrima por su mejilla, está
dormido, y sueña: «…Qué será de mis hijos, Dios mío».
Luis Ernesto
Luis Ernesto
En resumen, no pasa nada afuera, ni adentro del personaje. La densidad no le hace favores al drama, quien queda secundario y escondido.
ResponderEliminarYo narro con emociones, no con hechos. Además, claro, de dar algunos datos escondidos y sutiles.
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