Una Teoría en práctica


Cabe resaltar que, en lo enigmático de los infortunios, dicen que hay algo o mucho de místico, que este curioso y hasta burlesco azar (llámese Ribeyriano) va de la mano con alguna manipulación consciente extra-terrenal. Saben de qué hablo. A decir verdad, también, pareciera que cada acción o movimiento, o suceso estuviese siendo regulado y calibrado con suma exactitud. Quién sabe. Que si un hombre voltea la esquina y se da con la sorpresa de que su novia está, con suma desvergüenza, mostrando afectos exagerados en plena calle, con algún tipo que aún es extraño para él, que si ella voltea y se da con su presencia, es porque cada suceso o acción ejecutada o vivida con anterioridad al fatal encuentro, cada paso que dieron el hombre, la joven y el cómplice en el ardid, cada vez que se hubieron detenido, en cada semáforo que se detuvo nuestra víctima, con cada anciana que paciente esperó, o con el bendito embotellamiento, cada uno de estos sucesos encadenados ayudaron a que nuestro protagonista se entere de la tan enredada treta. ¿Es así, así de trágica y dramática la realidad, como puesta en escena y dirigida minuciosamente? Es, sin duda, una conjetura que a cualquiera le resulta increíble. Entonces bien, partamos del supuesto ridículo de que “todo sucede por algo”, y dirijamos nuestra atención a cada uno de los sucesos de forma independiente: Aquella anciana que heroicamente partió de casa la madrugada de aquél mismo día, y cuya labor diaria es reciclar toda clase de botellas plásticas, hubo de recorrer un cuarto del total de la ciudad para llegar hasta el punto en que cruzó caminos con nuestro protagonista, y éste, tuvo que esperar pacientemente a que la anciana recogiera todas las botellas que hubieron de caérsele en el preciso momento en que pasaba, significando así, un suceso importante a la concatenación de las situaciones. Aquel mismo día, en plena hora punta, sucedió que dos semáforos de las avenidas Tomás Marsano y Angamos Este, colapsaron, con la increíble explicación de que cierta inestable polea de una cercana obra de infraestructura en construcción golpeó con uno de los semáforos, haciendo así desviar al Honda Civic rojo del segundo carril, el cual era conducido sin cuidado, golpeando este contra el otro semáforo, iniciando así el terrible embotellamiento que abarcaba cinco kilómetros a la redonda. No hace falta estirar hacia el infinito los sucesos, ni preguntarse por qué el conductor del Honda andaba distraído, o si la polea constaba de su mantenimiento al día. La idea está clara y la pregunta es la siguiente: ¿Todo sucede por algo? Si todo sucediera por algo, los sucesos se enlazarían unos con otros hasta el inicio de todas las cosas. Así, por ejemplo, al tipo que presenció su desengaño, le hubo de suceder eso porque nació, o porque sus padres se enamoraron, o porque los padres de sus padres se enamoraron, o porque sus tatarabuelos no debieron casarse porque eran primos, pero lo hicieron. Así, hasta llegar al origen de la humanidad, y luego más allá, hasta el origen del universo. ¿Es así, así de increíble? Decir que la realidad es conducida para darnos sentido a cada suceso es un pensamiento vanidoso, como decir que todas las cosas suceden a nuestro alrededor porque cada uno de nosotros existe única y exclusivamente para el universo, y viceversa. Porque todas las cosas suceden porque suceden, y listo. Muy aparte es nuestra percepción la que les da a tales sucesos, una dirección, un sentido, un significado que nos pueda servir en cualquiera de los posibles futuros.

Corazón de motor exhala una habitacion



Tengo mis manos el corazón de motor, acelerado a cien. No he visto las curvas que he tenido que esquivar, ni más beberé cuando escriba un poema, caigo en abismos o termino en hospitales. El freno no siempre nos predice el futuro, solo es una suerte de malabares aquí dentro, dentro de mi corazón de motor. No percibo tus uñas ni tus arañazos en mi espalda, un cuerpo late encima del vaso de cerveza, late en cuenta regresiva  y el cohete sale al espacio, corazón de motor, avanza muy rápido. Dos piernas abiertas como dialéctica y como proceso histórico confirman  la fineza de la yema de tus dedos, un tic tac acelerado, mil muertos en la carretera, uno ahogado los demás fusilados. Me encuentro en medio del pantano como vaquero sin armas y pistolero con cuetillos, ya es navidad corazón de motor, vaticina con el tiempo en los templos donde una vulva maldice al sacerdote y el cuchillo acelera con el latir de la ilusión de tus orejas. Un  poco de tierra para historia, un poco de sal para los movimientos sociales, un poco de fierro para el presidente, un poco de bala para la humanidad, acelera con cautela entre callejones que te llevan entre el tiempo y hojalata, ya sabes que el tiempo lo tienes en tus pestañas y no hay nada de que arrepentirse.

Corazón de motor monta una yegua
salvaje como la sangre
y como una montaña rusa en pleno infierno
 esta sin dolor y con un pasado de enredadera.

En plena metafísica de su saliva él explora que ya no existe una democracia, que los cuerpos formaron una dictadura. Y que las balas corren con sudor y letras en la lengua. Un presidente merece morir. Un pueblo resiste. Lo que lleva a caminar hacia atrás con los ojos hacia abajo como queriendo buscar un pezón rebelde. Lo caótico se mofa de la nostalgia del muslo, un llanto prófugo que no vacila en caminar por las madrugadas o pegar gritos desesperados en hojitas de papel. Cualquier intención buena es percibida por corazón de motor, en el silencio de la rana que no brinca para no colapsar el universo, se escapan dos fuerzas, una que brota de la magia de su concha otra que brota de la bomba que puso en el ministerio de justicia, ambas fuerzas se apoderan del tic tac. Acelera. Corazón de motor, estudia las posibilidades de morir en un plano cartesiano a lado de ella.

Como tatuador no conoce el destino
una visión de luciérnaga
cautiva a la yegua amarrada al cactus
el mar de los dos amenaza la ciudad.
Ya no estás.
El  reflejo de la piel zombie, un parásito que no contradice la ciudad, el diafragma motorizado se partió en dos. Moisés dividió en dos nuestra batalla, el poder de Yavé  y  el poder de tus piernas de abrirse  en dos cuando no hay relojes que disciplinen nuestro gobierno. Corazón de motor se sobresalta con cuatro siglas que vienen a ordenar la pintura de su cuerpo un haiku en tus labios, un corazón en tus acuarelas, ya no hay más respuestas en el imbox.

Ahora estás.

Cinco manzanas desafiaron en este capítulo la gravedad, como la raza destinada a trabajar como tierra pulverizada en una mina de cobre, así me encuentro. Pedazo de madera esperando a la yegua entre la pared marchita y las piernas que dibujan un edificio en quiebra, los senos se mueven como prisionero francés del siglo XVIII. Resucita corazón de motor.


MArio  SAntiago  Bey Quiroga

Quiero volver


Quiero Volver 

¿En qué momento?, fumo, me estiro, reacciono, luego de levantarme, me abrocho el pantalón y la observo, en lo cálido de una mañana desconocida. Duerme, sueña, le sonrío, ¿en qué momento sucumbí a esta extraña situación, en qué momento?, gira en la cama, me observa  casi sin observar, y vuelve a su letargo. Estoy listo, la abandono, bajo raudo las escaleras, y desprendo de mí todo recuerdo que haya de la noche anterior, la he abandonado completamente: sigo siendo un niño, o sigo sin pertenecer a la totalidad, al momento, ¿en qué momento caí desde mí, en qué impotencia me disparé hacia la tangente?, Lima y su ruidosa consternación golpean contra mi cansancio, autos, buses, compradores, vendedores, ancianos, y la distancia que me espera, ¿escribirlo?.  Estoy contento, pero estoy triste, estoy herido, ¿he sido yo?, sí, yo mi ejecutor, mi verdugo, mi mercenario. Solea, y las gotas de alcohol hechas sudor hincan en la espalda, me quito el abrigo, entonces me dispongo a andar, entre tantos desconocidos, tanto camino desconocido, sí, he sido yo mi verdugo, el humano ambivalente, la máquina multifacética, el organismo en constante desacuerdo. Aun así, quiero escribir, quiero ir subiendo por mis venas, ascender hasta extraviarme por entre los pensamientos, y entonces, estallar en la palabra, cual química coalición de la materia, cual coalición vertiginosa del miedo, del terror que provoca la realidad, y dilatar hasta el extremo las pupilas, y afilar cada uno de los infinitos nervios. Quiero escribir, porque soy de emociones, porque soy de hechos al segundo encrucijada de todos los momentos: Ahora, más que ningún otro sueño. Quiero estar vivo, porque quiero escribir, aunque resulte más mortal que cualquier otra muerte. Quiero sacudir mis orgasmos en la fina línea que separa la razón de aquella trémula verdad, y descubrir mis hijos, mis nietos, mis bastardos, bajo la alfombra colonial del olvido; quiero, luego de haber recorrido mi solitaria adolescencia con toda la sed de los desiertos, con toda esta lascivia característica del mamífero bípedo que me va siendo muy a su antojo en desventaja, y entonces, echar a los mares mis apenadas glándulas, mis médulas indolentes, mi humanidad, para huir con los vientos. Pero, ¿qué busco de verdad?, mi madre me mira con desconfianza, con enojo, pero mantiene para sí toda clase de reclamos, el hogar se me va haciendo cada vez menos familiar, cada vez  más un refugio donde caer muerto de la embriaguez. Por ello, quiero escribir, porque todo se va estirando en el tiempo, y todo se va separando de mí, hasta olvidarnos. Por ello, quiero dibujar con las palabras, quiero latir, quiero dividir la congoja del presente, hacerlos dos, aunque hasta el momento parezcan indivisibles, y escupirla en flemas de agrios colores; quiero partir de este mí, de este divagar, y sucumbir al letargo privilegiado de la poesía; quiero escribir, con ojos cerrados, maniatado e inconsciente; quiero ser palabras, tinta y silencio, porque quiero ser de sueños, porque quiero cantar hacia lo lejos, porque quiero abrazar mi historia, en una grata conversación conmigo, con el altísimo miserable que me es sin consentimiento, que me es con todas las glorias posibles, porque le soy, presto y solícito, porque quiero escribir. Porque quiero, más allá de escribir, estar sintiendo, ir sintiendo con los demás cuerpos, aquellos que andan por la vida, que sonríen. Que qué digan las palabras, que cuánto signifiquen, queda en las sienes, en los sentidos, en los cuerpos; yo quiero escribir hasta ser con la esencia un cuerpo desbordante de todos los principios, y de todas las finalidades. Quiero escribir, quiero ser de espera, de suspiros, de tiempo. Quiero parir mis tormentos en una profunda resignación, y entonces, echarlos al olvido. 




Luis Ernesto

Salvar elefantes

J pensó: tendría que decirle algunas cosas para sentirme mal. Algunas cosas que sean ciertas y otras no tanto, pero que fuera necesario  decirlas porque la verdad sola, es una mentira futura. Las cosas cambian indistinta y egoístamente de sus objetivos iniciales, como si estos fueran proyectos frágiles o terriblemente elásticos, puede que hoy le diga algo muy cierto, algo que ambos creamos decididamente y que luego termine por no significar nada, J dejó de pensar porque creyó que era innecesario, primero creyó que era estúpido.
Tendría que decirle algunas cosas para sentirme bien, pensó luego, decirle por ejemplo que hace mucho quiero decirle algunas cosas (¿?).
-        Dale, dime- Diría N.
-        Bueno, creo que eres una buena persona- Diría J, o no diría nada, quizá se quedaría mirándole a los ojos.
-        Yo también lo creo, pero no tiene importancia- Diría N, con ironía.
-        ….- J no diría nada, mientras mueve la cabeza de arriba hacia abajo, como afirmando lo que acaba de escuchar - Creo que quiero decirte muchas cosas, pero no sé precisamente qué cosas- Diría J, algo perturbado.
 
J dejó de pensar, ésta vez incómodo por cómo sus pensamientos derivaban en ideas poco entusiastas, como si algo le dijera que estaba destinado a fracasar. Miró el cielo, vacío, ostentando un sólo color que no variaba en absoluto en la distancia, una cosa plana, imperturbable, definida quizá hasta la eternidad.
Pero las cosas cambian, pensó J, todo cambia, como cuando pienso en decirte algunas cosas y de golpe te tengo frente a mí, por un esfuerzo maníaco y glorioso de mis deseos, y no tengo nada que decirte, que ofrecerte, sí, ofrecerte, no tengo nada que ofrecerte, salvo mi inexactitud, mi irritabilidad disfrazada de impaciencia, mi improbable lealtad, mi invariable aburrimiento, este poco de algo que tengo para ti, siguió pensando J, estos dedos que son 10 pero que quisiera fueran monstruosamente más, éste rostro de donde emergen puntiagudos bigotes y barbas, que quisiera fueran un bosque uniforme y bello, ésta cabeza irregular que me gustaría fuera regular hasta el más mínimo milímetro, como una cualidad innecesaria, éste cerebro denso, pegajoso, pétreo, vacuo y desconocido que quisiera menos obstinado, que pienso se parece a todo lo que deseo, que opta por formas indecibles y difusas, que se desvive en deseos pueriles, tersos, de cierta belleza incontenible, no tengo nada que ofrecerte, excepto lo inexpresable, el lado desconocido y que muy probablemente no sepas leer porque no lo sé escribir. Además todo cambia- piensa, mientras atraviesa una calle desolada y polvorosa. Se dirige a una casa, la casa de N, se dirige pensando ahora sin querer en ese cuerpo que mantiene una profundidad ignota y fascinante, donde duermen tantas palabras y sus potenciales efectos emocionales- nos movemos por la vida como seres que se sostienen en cosas que adquieren el significado de la totalidad, de algo así como la felicidad, o lo vital, pero sucede que aquello cambia por la sola necesidad de movernos, y que ese todo termina siendo un trozo de pasado, un rastro que alarga el camino por detrás, terminamos sosteniéndonos de cosas insospechadas, sólo porque deseamos vivir. J dejó de pensar. 

Sus ojos rastreaban la calle sin encontrar a nadie conocido, ni siquiera a nadie desconocido, era una calle vacía, casi abandonada. Puso de prisa y con fuerza las manos en los bolsillos, dio pasos breves mientras pensaba que darse prisa sería un error, entonces caminaba calmado, aunque “calmado” fuera un eufemismo necesario. Camina muerto, de miedo y de curiosidad, saboreando cada emoción que crispa su cuerpo. N estaba bien como pensamiento, como obsesivo tema de sus monólogos, como evocación  desenfrenada, N estaba bien en diferentes situaciones, pero la realidad era el espacio incontrolable, la trampa feroz, la posibilidad imprevista y desafortunada o acaso fuera todo lo contrario, quizá el instante eterno, la confusión memorable, el nerviosismo conmovedor, los ojos disparados hacia las oquedades del lugar deseado, el motor infinito de los gestos bellos, quizá la vida misma, J tenía que concebir estas ideas en el cerebro, para impartir justicia (y de ese modo desterrar su paranoia) en su pensamiento y esto le divertía y de algún modo disipaba su inseguridad, las cosas estaban hechas hasta ese momento, sus pies estaban yendo por el camino indicado, sus manos ya no temblaban tanto y eso estaba bien, aunque lamentaba no poder estar ebrio, porque cuando ebrio las cosas son perfectas, medianamente perfectas, pero lo eran. N tenía un nombre perfecto y era bueno ir a por su nombre y por su cuerpo y por las palabras que contenía y por sus potenciales efectos emocionales, por su sonrisa. Creo que lo más importante es su sonrisa, Pensó J.
Tendría que decirte algunas cosas para sentirme mal, pensó J, que no se qué ofrecerte, ni qué quiero en realidad, quedar callado será espantoso y necesario porque el silencio proviene de mí, de alguna parte de mi honestidad, si sólo comprendieras que cuando callo soy más honesto que cuando digo algo, a veces me da por querer decirte que mi libertad existe en la medida en que me ves como un ser humano y que te tengo fija en mi memoria, que son mis ojos de adentro, tan infinita en todas tus posibilidades, y que sin embargo, no puedo, no puedo por distintas razones alcanzarte, quizá porque todo cambia y el camino que tomo no se aproxime siquiera a tu casa. 

J volvió a mirar al cielo, ésta vez poblada de espesas nubes que se deslizaban lentamente, nubes con formas que no sugerían ningún objeto conocido, que no aludían a nada, J se concentró en las nubes casi obsesivamente y se detuvo.
…y los elefantes, tan frágiles, perdiendo una pata, parte de la trompa, adelgazando violentamente, expandiendo sus cuerpos hasta confundirse en una masa gigante de algodón. Y nadie salva a los elefantes porque se mueven tan lejanos, dispuestos sólo para ser observados, ignorando los propósitos que puedan tener, pensó J, y no sé qué pueda ofrecerte aunque muero por hacerlo, por darte algo de mí, un trozo de mí, y expandirme hacia tu territorio, encerrarme en el recinto de tu nombre, N. Concibo mi libertad en la medida en que percibes mi presencia. Nadie salva a los elefantes.
J dejó de pensar en el momento en que una persona pasaba cerca de él.
-        ¿Me das 5 soles?- Le dijo- Es para salvar a los elefantes, para salvar a un elefante.

J no tenía ni un sol para invitarle un café a N.


 J. Estiven Medina Ortiz.








¿Ha visto mi nariz, Dr. J?



Me dio risa. Observé sin disimulo la herida que le surcaba,  pensé en una garrita produciéndosela, con un cuidado casi artístico en los bordes, en curvas esquinadas que se tendían irregulares, dando la impresión de seguir  extendiéndose. La sangre reseca definía con un color oscuro los filos, como fijándolo en su lugar, en oposición a su forma que aludía un insistente crecimiento. La parte central de la herida era un trozo de desnudez, de dolor acallado, de reciente evidencia de un crimen secreto.
-Está hermosa- Le dije- hará falta un par de semanas para que desaparezca.
- ¿Estás loca? – Me dijo- Es espantosa, me desfigura el rostro y me duele. No sabes cómo me duele- No movía el rostro del camino en el que nos detuvimos.
- Qué quieres que te diga, pudo haber sido peor- Le dije, quería seguir riendo, apenas pude retirar la sonrisa de mis labios, él no comprendía que a mí me parecía bella. Una herida guarda una belleza desconocida, siempre. 
- Y me duele un montón, sobre todo eso, y va a quedar una cicatriz- Me dijo, quiso tocarse con la mano pero desistió al instante, quizá atemorizado de encontrar una textura inesperada o de despertar el dolor, el sangrado.
- ¿Pero qué hacías? – Pregunté, viendo su rostro de perfil orientado hacia el camino, los ojos entrecerrados como si tratara de convencerse de lo que estaba mirando, tal vez preguntándose si era real, porque E andaba preguntándose siempre si esto o aquello era real, y argumentando estupideces para convencerme de que no lo era, Tú no eres real, eres una ilusión, un sueño, mi sueño, solía decirme.
-Nada, iba en la bicicleta y no vi una piedra, la atravesé, perdí el control y me caí- dijo, haciendo dos puños paralelos, simulando sujetar el timón, los movió como si pasara por un espacio escabroso.
-Ya, pero la herida no es tanto como de una caída en bicicleta- Dije, incrédula. Una herida tan bella no podía haber sido hecha por un accidente de ese tipo. Tomé sus manos sin que él hiciera algo para impedirlo, ni siquiera  giró a verme. No había nada, ni un rasguño, las palmas no parecían haber tocado el suelo.
- ¿Entonces no me crees?- Dijo, con un tono inexpresivo que parecía resistirse a estallar en un llanto, esto último es una percepción terriblemente subjetiva, porque a mí me gustan esas cosas. Que se quejara como un niño me hubiera parecido lo más natural, hasta necesario.

Se hizo un silencio, interrumpido apenas por el viento que pasaba tan fresco hacia todas las direcciones, ondeando mis cabellos rizados, tirando algunas hileras hacia mi cara, me las iba quitando lentamente, puedo decir que una por una, como si contara así el tiempo transcurrido. Él giró el cuerpo un poco hacia mí, pero su rostro seguía fijo mirando el camino, puede que hubiera querido verme, decirme algo más, pedirme algo, decirme que esto también no era real, pero algo le impedía apartar la mirada, podía sentir que lo intentaba. Quise preguntarle si acaso quería llorar o si quería que lo consolase, me gustan esas cosas, quiero decir.

-         No, no te creo, es imposible- Dije, volviendo de un sólo movimiento todos los cabellos caídos por mi frente.
-         Jaja- No rió, dijo aquello como si creyera que reír fuera lo más  lógico.
-         Es que no te veo cayendo de la bicicleta e hiriéndote la nariz y no haciéndote nada en las manos- Dije, remitiéndome a los rastros inexistentes.
- Bueno, en realidad iba en la bicicleta y se me atravesó          un tipo- dijo, después de una pausa, parecía que el rostro recobraba expresividad.
- Eh, estás mintiendo- dije, indignada y divertida, creo que empezaba a tenerle cariño a esa herida cuyo origen me estaba siendo tenazmente escondido- Me parece injusto. No, injusto no, estúpido.
- Nada cambiará si te enteras- Dijo luego, volviendo por primera vez, después de tanto tiempo, el rostro hacia mí, era el rostro de quién espera que el tiempo pase rápido- Nada cambiará si te enteras- Repitió.
- ¿Qué pasó, entonces?- Pregunté, obviando lo último que me había dicho, porque  tenía razón y yo no quería admitirlo porque estaba segura que después todo sería silencio y sobre todo incertidumbre.
- Yo iba rápido y el tipo se atravesó de pronto, no tuve tiempo de frenar o si lo hice, su cuerpo ya estaba colisionando conmigo y la bicicleta- Dijo, levantando los hombros ligeramente, como si mintiera un poquito o dijera las cosas sin mucho convencimiento.
- Nuevamente no encaja la herida en toda esa historia, en todo caso el tipo hubiera terminado con la herida y tú no, es imposible- Dije, segura de que me estaba mintiendo, estaba dispuesta a sacarle la verdad a costa de insistir por siempre.
- Oye, nada va a cambiar si te enteras, la herida está aquí- la apuntó con el índice derecho con cierto desprecio- nada la va a mover hasta que pase un buen tiempo.
- Pues me preocupa- Dije, puse el rostro enojado, aunque no lo estuviera, yo quería saber. Era una herida hermosa.
- ¿Se supone que debo agradecer?- Preguntó.
- No, sólo decirme la verdad- Dije, casi en silencio.
- Está bien, te lo diré- Dijo, resignado- Creo que hay algo que te da el derecho de saberlo.
-¿Cómo?- Pregunté ¿Qué era eso que me daba el derecho de saberlo?
- Iba en la bicicleta y un tipo me detuvo, hizo alto con la mano y parecía estar dispuesto a poner el cuerpo con tal de que frenara. Me extrañó esa actitud, ¿Qué quería?, me puse un poco nervioso- Dijo.
- ¿Y?
- Me detuve y le pregunté qué pasaba, se quedó mirándome un momento, cogió el timón con fuerza y yo lo solté, me quedé parado- Hizo un silencio- me preguntó  si estaba saliendo contigo.
- ¿Conmigo?- Pregunté sorprendida, entonces el asunto tenía que ver conmigo.
- Sí, yo le dije que sí, él enfureció, lo sé porque puso una cara horrible y presionó el timón hasta casi hacerla chirriar, sí, no creo que tuviera tanta fuerza para hacerlo, pero así me pareció- Dijo, agitándose un poco.
- Y luego ¿Qué pasó?- Pregunté.
- Me preguntó si éramos enamorados- Dijo e intentó fijar sus ojos en los míos, sin lograrlo.
- ¿Quién te preguntó eso?- Dije. La herida iba cobrando un significado amargo.
- No lo conozco- Dijo, en voz baja.
- ¿Y qué le respondiste?- Pregunté, sin saber bien por qué lo hacía.
Se hizo otro silencio, ésta vez más prolongado.
-         ¿Qué le respondiste?- Insistí.
-         Que sí, que éramos enamorados- Dijo y rió, nervioso, sus ojos brillaban, como lubricados por breves porciones de un par de lágrimas.
-         ¿Y por qué lo hiciste?- Pregunté
-         No sé, creo que quería ver hasta dónde se podía tener un rostro tan horrible del enojo- Dijo.
-         Y te golpeó- dije, buscando sus ojos, esquivos.
-         Sí, el muy hijo de puta me golpeó- Dijo, casi gritando- Llevaba algo en la mano, un pedazo de metal, creo, no lo vi bien.
-         ¡¿Qué?¡- Pregunté, asustada- ¿Y qué hiciste?
-         Nada, conocí el rostro espantoso de la furia- dijo- me hubiera gustado partirle la cara. Termino convenciéndome de que soy incapaz precisamente cuando debo creer que puedo.
-         Hubiera sido peor- Dije, apoyándome en él.
-         ¿Por qué dices eso?- preguntó, girando el rostro hacia mí.  
-         No sé, dices que él llevaba algo en la mano- Respondí.
-         Sí. Tienes razón- Dijo, suspirando.
-         Demonios¡¡ ¿y quién era ese tipo?- Pregunté. La herida seguía pareciéndome hermosa pero había algo que la ensombrecía. 
-         No lo sé, y no me pidas que te describa cómo era porque no recuerdo, excepto esa espantosa cara enojada. Creo que debemos dejar el asunto y seguir caminando- Dijo.
-         Bueno está bien, mejor caminemos- Dije y empezamos a caminar.
Estuvimos nuevamente en silencio, era un silencio cómplice. Sentía que E no había sido del todo honesto conmigo, terminé convenciéndome de que tendría razones comprensibles para hacerlo, quizá no quería contarme la parte irreal, la parte ilusoria, el sueño.
Después de un buen trecho recorrido, vimos acercarse a J, llegaba cabizbajo, las manos metidas en los bolsillos del abrigo desabotonado, llevaba un polo de The Black Keys. A E no parecía provocarle algún tipo de reacción la presencia de J, estaba siendo tan indiferente como si se tratara de cualquier desconocido. Bueno, no eran amigos pero ya los había presentado alguna vez.
-         ¿Cómo están, chicos?- Preguntó J
-         Bien- Dije yo. E no dijo nada.
-         Ya- Dijo J, poniéndose inmediatamente a mi lado.
Fue incómodo estar en medio de dos tipos que evidentemente no se llevaban bien, no sabía por qué.
Empezamos a caminar, al mismo tiempo, tratando de escapar de tanta incomodidad.
-         ¿Ha visto mi nariz, Dr. J? –Preguntó E, apenas moviendo los labios, casi como si las palabras las hubiera emitido mentalmente, no entendía por qué le había dicho Dr., J estudiaba medicina, pero esto E no lo sabía.
-         Sí, E, la he visto- Dijo J, moviendo las manos dentro de los bolsillos, daban la impresión de querer escapar, parecía que una de las manos llevaba alguna cosa entre los dedos, algo que formaba un bulto visible por sobre la tela del abrigo- Sólo tienes que esperar y, sobre todo, alejarte de ciertas cosas.
-         ¿Alejarse de qué? - pregunté
E no respondió. Seguimos caminando.


Un semáforo perdido



Luz roja, encendida, la gente pasa y nos cuestionan porque la historia no maulla en esta ciudad, solo somos ratas que salen de noche por los callejones cerca al río. Luz verde, el auto vuela y carcome su tecnología con los botones que uno debe presionar para ser más inteligente, estamos perdidos, es un tiempo apocalíptico, ni la luz amarilla no  nos salva. El semáforo perdido se busca en casas abandonadas de la aldea que no puedes formar. Las líneas del autopista están borrosas como el monologo del loco que duerme en una esquina, un trozo de capitalismo ahogado en un pedazo de ciudad; la muerte nos ronda desde los huesos hasta el último de nuestros bostezos.

Un semáforo llora, abandonado y paranoico no soporta las líneas que leyó en la carta que le dejaste en la cama, los mismos policías desfilan como si el gobierno amaría a sus pupilos. Pero la historia se repite la locura está en su estructura metálica, un semáforo grita en la noche y no extraña, solo anota cada paso y las cabelleras que observa  se atan a  sus colores.  

Como enamorar un semáforo.- no tomes precauciones, salta los techos y trepa por los planetas que conforman la trilogía de maldiciones esotéricas, nunca tomes precauciones, salta encima  del primer texto que prometa un post apocalipsis.

Como enloquecer un semáforo.- ya está loco, no revises sus apuntes, solo se pondrá melancólico y se aislara en peyote filosófico. A veces las teclas de su mente son sensibles, a pesar de su visión corta puede servir de oráculo y convertir novelas eróticas en fetiches malditos.

Desperté, la cama estaba desordenada, mis luces estaban confundidas, como siempre me sentía abandonado. Ya sabía que no era un semáforo  común, pero ella no lo comprendía, estaba agotada. Yo me sentía vacío. El tenerla como amante  no me satisfacía, ya era tarde y tenía que volver a la esquina a guiar el tránsito. Maldita vida. Cuando la conocí, pensé que todo iba a ser perfecto, sobre todo me conquisto su extraña forma de parecer una niña. Bueno no me importa, es tarde, y también se viene una guerra y ella tiene que ir a estudiar, y si su familia se entera que está con un semáforo no lo soportarían. Pero verla  dormida  me erradicaba las ganas de despertarla, atine a prender la televisión y como todas las malditas mañanas, las noticias hablan sobre la guerra, horrible guerra, no deseo estar aquí, pero tampoco puedo irme. Ya es tarde pero no quiero irme sin despedirme.

Como matar un semáforo.-  el suicidio es parte de su vida, la lluvia su peor enemiga, cualquier día una pared será su pistola.

Existe una guerra   en
la existencia zombie
un poco
de entrañas
matara
todo
en el fondo
todo deseamos morir
como un semáforo.

                                          MArio Santiago Bey Quiroga

Gimme the power

Les dejo Gimme the power, un buen documental sobre el grupo Molotov, con un gran recorrido por el rock mexicano paralelo a la tecnocracia asquerosa que nos acompaña desde el siglo pasado. 



Nótese cómo en pleno documental, que trata la represión y la libertad de expresión, uno de los críticos de rock mexicano se pone alerta cuando una patrulla da la vuelta por la locación en plena entrevista y cómo otro, en una cafetería, va a declarar que Fox le parece un gran pendejo y se abstiene (obviamente, por miedo a represalias).


Se los dejo, locos.

"Yo ya estoy hasta la madre/ de que me pongan sombrero/ escucha entonces cuando digo: NO ME LLAMES FRIJOLERO [...] PINCHE GRINGO PUÑETERO"



-J. Andrés

Piezas de un amanecer de 24 horas











Y mientras nosotros seguimos bajando por el camino, nuestras sombras (son) más grandes que nuestras almas, camina una dama a la que todos conocemos, que brilla con luz blanca y quiere mostrar como todavía todo se convierte en oro, y si escuchas muy atento, la melodía vendrá al fin a ti, cuando todos sean uno y uno sean todo, ser una piedra y no rodar.

Stariway to heaven- Led Zepellin


La madrugada tiene 20 minutos de olvido y 5 de preocupación, sentiste el aroma de un holograma de tres prismas, y una botella dio a vaticinar cuantas de cuantas partículas está hecho el universo y tu cerebro. Las llantas me hacen recordar que ya estoy cerca de la luna color azul, azul como tus dientes. O amarillo como mi brazo en el minuto 9, lamo tu espalda en el minuto 14. Ya es muy lento, bailar salsa o escuchar tu sonrisa al ritmo del columpio de tu piel es como escalar en tus pezones. Minuto 17. Las paredes son papel de regalo para nosotros dos, una pieza en piano y un martillo clavando en tu lengua; la profecía esta en tus lunares. Me porte bien, como niño de primaria en medio del espacio, con mi casco y ya negué a dios y a su paraíso por cuarta vez, ya es el minuto 20. Tu celular recuerda, el invierno y mi viaje de astronauta, un beso en medio del manicomio y una pandilla de gatos haciendo brujería detrás de nosotros. El cielo busca venganza, el infierno es un jardín de niños.


Cuando los guardias me escoltan al patio, alguien grita desde una celda "Dios este contigo" si hay un Dios entonces por qué me deja morir?

Haloweed be thy name- Iron Maiden



Quiero ser un mártir con cinco clavos en mi garganta y una corona de espinas en mi miembro, así el destino de la humanidad ya no será una fábula, estaré a la diestra del padre en medio del loco asesino, porque dios nos mató primero, el pecado fue nuestra bendición y nuestra muerte la búsqueda de su perdón. Quiero ser mártir en medio de una economía globalizante, entenado de la plusvalía, un árbol de gloria que mata a la aldea en medio de la decadencia, sangre con tractor y aviones. Muerte .Muerte para mí. Quiero ser mártir en medio de todo y el fango, como cerdo apocalíptico, la biblia se quema en el banco mundial y se juega tómbola en el vaticano. Todos queremos ser héroes como fin de la nada, porque el principio  es el caos, y mejor opto por levantar las piedras, convertir las piedras en templos y después maldecirlos.


La oscuridad es cada vez mayor, las luces del cementerio permanecen encendidos, como en tiempos antiguos ,las almas caídas mueren detrás de mis pasos  siguiendo la  luna helada.

Freezing moom-mayhem


Con los pensamientos he contado las olas del mar unas veces ser murieron cuando respire otras las fume con una bala en mi boca, pero un poco de infierno en los tobillos me hace respirar rápido y corro aprisa sin miedo a que las letras me degollen o mi sangre sea sacrificio para mitos de papel. Estoy en el campo de las lágrimas y cosecho fuego, bombas y cuchillos. En medio de los vidrios ya no renace el fénix, los soldados mueren, pero mi voz cobra un nuevo matiz con angustia y persecución, ya son siglos de ser  tierra y polvo. Mi cuerpo será pedido por el frío y el cemento.


Tres de la madrugada en una roca roja

Un
trino
evangélico
y
tus
manos
tocan
la
historia
una
lágrima
cae
de
mis
piernas
tengo
la
victoria
un
soldado
muere
cuando
respiras.

Cuatro de la madrugada en la filosofía de la vereda


Una pantano en seda, lo que no quieres escuchar está en un sermón a las doce de la noche, pero la madrugada se acerca, con un silbido  de cárcel y una angustia a cual rezar. Una visión nocturna se confunde con la cara marchita del que vive en la noche y del que piensa que hay que ser un león con  una colección de medallas en el pecho. Escupir a los autos es un deporte, correr como perro detrás de ellos es volar como un ave sin alas que choca con todas las caras de los que algún día te repudiaran. Bala. La vereda y un cartón en el suelo una filosofía que negamos con un sueldo, pero la madrugada ya está cerca. Bala. Mujer quimérica caminas en un péndulo, mis dedos son el péndulo.

País
País de mierda en donde un perro corre
y viajas en ocho patas
donde las luces no llegan a tu vientre
estás maldecido,
por siempre.


Posdata: Mi mayor  recuerdo es la velocidad del  cocinero cuando yo y mi mirada de psicópata te hablaban de manifiestos para un pasado cercano, una ventaja de los dos es que tu fuiste veloz y yo escribí en las sabanas.
                 
                                          Mario Santiago Bey Quiroga

2. Sigo esperando

Anoche soñé contigo. El sol, como el bostezo de dios, suspendido sobre nuestras cabezas, escupía ese calor que tanto odiábamos recibir y al que nos referíamos, con frases ofensivas y tiernas en las canciones que escribíamos, en nuestros años de colegio.
Nos encontrábamos en una época compuesta por dos, superpuestas en una realidad desbordante de nostalgia y alegría polvorienta. Veía el cielo descolorido, los árboles tiesos, el suelo salpicado de desiguales islotes de hierba, olía a viejo y tu rostro era el de un muchacho que se ahogaba en la adolescencia y que emergía de pronto en una superficie de amargura y resignación a tener que vivir en una realidad completamente anacrónica a la trazada por nuestros sueños.  Tocabas la guitarra, alternando a veces el viejo sonido de tus manos sobre el instrumento, con renovados golpes de silencio que encontraban su mayor intensidad en las miradas de desconcierto que establecíamos al no hallar las palabras necesarias para recordarnos. Era claro que mi mente se deslizaba en un proceso de simbolización de mis inquietudes inconscientes, porque es lo que temo desde esa vez que me decías, por el celular, que ya estabas en el avión y que no me ibas a olvidar, como si sospecharas que al despegar de la tierra serías sometido a un nuevo régimen de vida, totalmente indiferente a la que llevábamos entonces.
Tantas veces imaginando tu rostro aporreado por los años y por esa vida dura de horario rígido, me dieron una idea vaga del rostro que tenías que llevar en el sueño y te puse uno triste, como cuando antes de llorar: los párpados a medio cerrar, la boca en una sonrisa inversa, la cabeza casi como una piedra de pena cayendo en el abismo del fracaso. Tal vez el sueño sólo era la mala reconstrucción de un recuerdo, pero nos encontrábamos más flacos y creo que morados, era evidente que el tiempo nos había atropellado con su bicicleta del mal y algo de nosotros había muerto hasta ser el morbo de la putrefacción. Entonces, nos teníamos allí, entre un año pasado y uno aún inexistente, mudos de palabras y expuestos a las dudas de si acaso esto era real o sólo la mutilada imaginación de alguno de nosotros. 
¿Qué andabas haciendo por allá?, te pregunté  y tú hiciste un gesto de indignación pues yo ya sabía, trabajando, dijiste luego, también estuve trabajando, te dije, y tú sonreíste y tus ojos eran dos animalitos dignos de adoración, pura mierda, dijiste y yo consentí esa frase con una carcajada insonora. Te dije que tocaras algo en la guitarra y, como antes, colocabas inseguro la mano rodeando el mástil y tocabas los restos de una canción que habías compuesto y yo te había ayudado a descomponer, aún sabíamos las letras y la cantábamos como un himno contra el hastío y contra la gente previniéndonos contra la inevitabilidad de la madurez y la exigencia de estar preparados para ir a su encuentro. Luego nos dejábamos aplastar por la contemplación de nuestros nuevos cuerpos, los restos de nuestra voz, alargadas, distendidas en el aire quieto, fungían de coronas (¿cómo mierda se llama eso que llevan los ángeles sobre sus cabezas?), estábamos, repito, muy flacos y muy morados, aunque todo el ambiente era de ese color, a ratos me daba la impresión de estar solo, frente a unos cuerpos sólidos y distantes y tú, sobre todo tú, te erigías como un monumento, homenajeando nuestros días inasibles y prestos a desarmarse en el hastío de la realidad.
El sueño no fue gran cosa y será que los sueños se gastan y se transforman en películas antiguas (moradas) de terror, de tristeza, de cansancio, que se proyectan en la mente mientras se duerme, como si fuera un sótano secreto cuyo acceso es inesperado, casual, accidental e indeseado.
Aún suelo leer las conversaciones que teníamos en el facebook, me decías que sí, que efectivamente estabas trabajando y cada vez que podías me enviabas fotografías, que tomabas con el celular, del establecimiento en donde trabajabas: una tienda, y yo veía las verduras, cosas dentro de frigoríficos gigantes, mientras me decías que no te dejaban entrar al facebook en horas de trabajo y yo pensaba cómo nos hemos traicionado. Luego volvía a mis asuntos: trabajar, aburrirme, todo era tan irritante, pero pensaba que iba a terminar pronto. Luego empezaste a decirme que regresabas en mayo, para tu cumpleaños, para embriagarnos hasta recorrer la ciudad como dos perros envenenados de amor y yo feliz por la noticia, pero no llegaste y en cambio llegó el mensaje de que venías en julio, para el aniversario de nuestro país desconocido, y nada, te quedaste allí y yo me preguntaba ¿por qué?, ¿qué tan difícil es desgarrarse de la trampa de ser adulto o ser un adulto ingenuo? y no sabía qué responderme, porque tampoco podía desgarrarme de esa trampa. Los días desfilaron delante de mis ojos, todos sostenían una fotografía tuya, todas distintas: ibas envejeciendo en cada una que pasaba.
Para entonces ya no quería soñar con nada del pasado, pues, a fuerza de insistir ilusamente, se volvía una enfermedad. Prefería concentrarme  en mis asuntos, escribía poemas, dos, tres cuadernos, cigarros dejados al viento por la ventana de mi cuarto, mi guitarra siempre deprimida, idiota, pinté mucho, quería ser pintor, te acuerdas? Tampoco funcionó. Sólo encontraba a la ciudad con su rostro enojado conmigo sin razón alguna, caminaba y sentía que me daban de patadas en el culo, regresar adónde, si ningún lugar es suficiente. 
Lamentaba no haber conservado tus poemas, aunque creo no me dejaste ninguna, he perdido todo desde entonces, salvo el recuerdo de las veces que intercambiábamos nuestros textos como si con ellos fuéramos a cambiar el mundo. Nos pudríamos en un pueblo pequeño, allí, donde todo crecía con la insolencia de creer que todo era único y nuevo.
Cuando recién te ibas a ese extraño país, montando un avión que nunca pude ver en el cielo, habías prometido tu regreso al cabo de un año, un tiempo soportable, ya van cinco y aún no retornas tu cadáver a este sepulcro de ilusiones. Sólo me dispongo a reír porque llorar, hermano, ya pasó de moda. A veces creo que volverás, a veces sueño que volverás, pero ya no espero y si lo hago, lo hago con la modestia de quién ha sabido sortear las crispaciones de la ansiedad.
Se me ocurre que quizá estás llevando la buena vida y que por eso no regresas, y que tal vez es lo mejor: apartarse de lo que no se mueve, actuar como el contragolpe, virar de dirección cuando las coordenadas no son más que un chiste absurdo. Te imagino y estás apuntando al mundo con un cigarrillo prendido entre los labios, con una soberbia eficaz y tan natural que llega a ser tierno, amenazándolo y exigiendo lo que te apetezca en ese momento: un buen perfume  de mujer más una mujer más sus palabras más un poco de su vida dispuesta a compartirla contigo, entonces imagino que se te escapa una sonrisa y el cigarro afloja un poco y está a punto de caer y cae y sigue cayendo y rebota en el piso y mientras se apaga, tu corazón late como si nada hubiera pasado, pues nada ha pasado. El mundo no transa con quienes no saben hacerlo.
Jugamos a sabernos los débiles, en contraste con quienes se empeñaban en ser más fuertes, sólo porque nos provocaba nadar a contracorriente, considerando además que esto no requería en absoluto el más mínimo esfuerzo (hábito que nosotros disfrutamos con devoción). Nos desplazamos por entre esa corriente, que a veces resumía muy bien nuestra tristeza (a veces no, porque no estábamos tristes), cuando caminábamos por la calle, de tarde y extrañamente silenciosos, me entretenía oyendo nuestros pasos y era como Tris- te- tris- te o a veces po-dri-do-po-dri-do, nuestros pasos a algún lugar donde pudiéramos fumar sin que nadie nos causara problemas.
Éramos la canción que buscábamos componer para gustar a algunos. Quizá sí, hurgábamos por otros caminos, posiblemente nuevos y por eso, con pocas probabilidades de triunfar, salvo cuando nos encontrábamos semiinconscientes de alcohol, trepados del pelaje de un cerro paternal, dejando nuestros ojos en las ramas de las visiones del futuro, que escapaban del agujero del abismo que vibraba bajo nuestros pies, atrayéndonos inevitablemente, ya sabes, y al que caíamos al día siguiente, la cabeza nos dolía y creíamos en cosas como el futuro benevolente, una manifestación sutil que invitaba a la esperanza, una cosa lo suficientemente bella como para creerlo.
Somos macizos  trozos de ayer, eso voy creyendo, ya que de ti no tengo más que una imagen desgastada y bella, aún, tus ojos con miedo, rabia, soledad, tristeza, furiosa alegría, torpe alegría, tus ojos y los caminos húmedos que se bifurcaban por tu rostro y es el camino que acaso ahora recorres, con una lentitud reivindicatoria, el cansancio que te moja el cuerpo, el trabajo, el horario delimitando tus huesos como si fueras un tiempo previsto y diseñado para el esfuerzo demoledor. Mis ojos lo mismo han querido perforar el cielo para que todo se desinfle como un globo de sueño, un cráneo dormido, pero no, mis ojos son estos, los que siguen estas mismas palabras (las que tú ves ahora, también) que no van sino a ese pasado al que no se puede llegar como no sea a través de un juego inútil de palabras que sin embargo son el único recurso al que puedo acudir. Esto de algún modo deber ser bueno.
Somos frágiles sobrevivientes de nuestra guerra interior (ornamentada de patetismo innecesario y necesariamente evitable) cansados  de perseverar en la debilidad como hábito, jugando primero a favor nuestro y luego, como el movimiento natural de quien se harta de servir al mismo bando, a favor del mundo, hediondo y maravilloso.
Habría que mandar algunas cosas al diablo, desmantelar algunas armaduras y quedarnos con lo que ya está aquí, a nuestros pies, y es la distancia inmedible la que se extiende como un par de alas destinadas a sobrevolar por la libertad, sea lo que significara ahora esa palabra en nuestras mentes.
Ayer es como un espejismo que se planta frente a mí cuando tengo frío. Ayer es tu cuerpo y el mío hechos rockstar’s en la maleza de las limitaciones de nuestros talentos y guitarras no eléctricas. Ayer es el canto provisional de nuestro futuro, o hablando soledosamente, del mío. Somos una generación partida por la mitad, estamos atados a nuestros propios cuerpos y esto puede ser perfectamente triste, pero soy cínico y estoy alegre.
Sólo no cambies (Sí, ya sé que es tarde para pedírtelo), para poder distinguirte entre la gente, una tarde cualquiera. Sólo no cambies te pido, yo ya cambié mucho, así que es imposible que me reconozcas entre la multitud que se aplasta tratando de imponer su cuerpo.
Quiero creer que esperar incrementa las posibilidades de que regresarás.



(1. Es de noche, tengo frío y 2.  Sigo esperando forman parte de DOS CUENTOS SOBRE LA DISTANCIA)


J. Estiven Medina Ortiz.